lunes, 9 de noviembre de 2009

Dossier "Circo Sadis"

“Circo Sadis”

Propuesta de trabajo:

Mirar retrospectivamente la acumulación del horror desde las fotos de Abu Ghraib. El trabajo consistirá en una recolección de las imagenes mencionadas, búsqueda en la red de material teórico relevante y producción de una serie de 10 imagenes que "citen" las fotos mencionadas.

Particularmente que se entiendan estas fotografías como puestas en escena por parte de los autores.

La Prisión de Abu Gurayb, más conocida por la transcripción Abu Ghraib, es una prisión ubicada en Abu Ghraib, Iraq, construida en los años 1980. Fue utilizada por Saddam Husein durante su régimen para retener y torturar a prisioneros políticos. Tras la invasión de Iraq pasó a ser controlada por los Estados Unidos para ser devuelta finalmente a manos iraquíes.

Tras la Invasión de Iraq en 2003, se la denomina como "Camp Redention", aunque es más conocida por su nombre oficial original.

La prisión alberga a más de 7000 personas, algunos acusados de rebeldes, otros acusados de crímenes, y otros sin cargos. En opinión de algunos oficiales del Reino Unido, la prisión debía haberse demolido, pero esto fue vetado por las autoridades estadounidenses.

A finales de abril de 2004, un canal estadounidense de noticias expuso las torturas, abusos y humillaciones a reclusos iraquíes por un grupo de soldados estadounidenses. La historia incluía fotografías, y ha resultado en un escándalo político importante en los Estados Unidos y otros países de la coalición. Posteriormente, han aparecido pruebas de otros abusos similares. Estos abusos a prisioneros venían siendo denunciadas, sin respuesta por parte de los medios de comunicación y gobiernos, por parte de organizaciones internacionales humanitarias como Amnistía Internacional, desde el principio de la ocupación.

En mayo de 2004, se inició una campaña de liberación de prisioneros, para reducir su número a menos de 2000. En el mismo mes, George W. Bush, presidente de Estados Unidos, anunció que la prisión sería demolida previo acuerdo con las autoridades iraquíes; el jefe del gobierno de transición iraquí puntualizó, sin embargo, que la prisión no sería destruida.

La comisión de investigación sobre los abusos en Abu Ghraib fue creada en mayo de 2004 por el secretario de defensa Donald Rumsfeld y fue presidida por James Schlesinger, a su vez ex secretario de defensa.

Las conclusiones presentadas en su informe fueron las siguientes:

La responsabilidad indirecta de los hechos afecta "a toda la cadena de mando hasta Washington", especialmente al general Ricardo S. Sánchez, entonces jefe de las tropas estadounidenses en Iraq. Todos ellos sabían lo que ocurría, sin hacer nada para impedirlo.

Los abusos se debieron al sadismo de los soldados del turno de noche, no a algo ordenado o autorizado por sus superiores. No formaban parte de los interrogatorios.

Aún se están investigando más de 300 casos de abusos, algunos fuera de esta prisión.

En el informe no se recomienda ningún tipo de castigo para los implicados.

Por otro lado, el ejército estadounidense está finalizando su propia investigación, cuyos resultados parecen aún más escabrosos.

En las torturas de la prisión de Abu Ghraib o Abu Ghuraib aparentemente participaron algunos científicos y médicos americanos. El bioético americano Steven Miles escribe en la revista científica “The Lancet” que con ese comportamiento estarían dañando valores éticos de la medicina y los derechos humanos. Miles, doctor en medicina y profesor de la Universidad de Minnesota, exige una investigación oficial sobre el papel de los médicos durante el escándalo de torturas.

Miles escribe que según las declaraciones de los responsables del ejército de los EUA, un siquiatra y un médico diseñaron y aprobaron los métodos de interrogación, así como supervisaron los interrogatorios. Describe el caso de un prisionero que bajo juramento declara: el prisionero fue golpeado hasta caer inconsciente y después fue atendido por personal médico y por ellos revivido. Estos se fueron y el prisionero fue de nuevo maltratado.

Un oficial de la policía militar es citado además por Miles: un médico inyectó a un prisionero, que murió a causa de las torturas, una substancia para que pareciera que aún vivía al ser llevado para atención médica al hospital. En Iraq y Afganistán son falseados los certificados de defunción. “Los médicos confirman rutinariamente la muerte por infarto al corazón, golpe de calor y otras causas naturales de muerte”, escribe Miles. Sólo una pocas unidades en el Iraq y Afganistán habrían posibilitado las inspecciones mensuales que exigen la Convención de Ginebra y los médicos tampoco se preocuparon por dar una atención médica regular a los prisioneros.

El 9 de marzo de 2006, las autoridades militares estadounidenses decidieron el cierre de la prisión de Abu Ghraib y el traslado de los detenidos en otros centros penitenciarios de Iraq. En agosto de 2006, se informó de que la prisión se encontraba ya vacía y el 2 de septiembre, se realizó la cesión formal al gobierno iraquí que fue anunciada por Ali al-Dabbagh, portavoz del primer ministro Nouri al-Maliki. La ceremonia fue dirigida por el general mayor Jack Gardner, comandante de la Task Force 134, y representantes del ministerio de justicia y del ejército iraquí.

El 9 de noviembre de 2006 Donald Rumsfeld, quien en boca de David Ignatius, del The Washington Post, es la figura que "simboliza no sólo el fracaso de la guerra, sino también la arrogancia y la ausencia de responsabilidades" fue destituido del cargo de secretario de defensa tras las derrota del partido republicano en las elecciones legislativas del 7 de noviembre. El 14 de noviembre, una veintena de asociaciones de derechos humanos representadas por el abogado alemán Wolfgang Kaleck demandaron a Rumsfeld y otros cargos estadounidenses en el Tribunal Supremo alemán o Generalbundesanwalt de Karlsruhe por crímenes de guerra.

Buscando en la web podemos observar fotografía del prisionero Satar Jabar siendo torturado conectándole al cableado eléctrico por manos y genitales. Prisionero con su cuerpo cubierto de heces en una posición de ballet, otro amarrado con collar para perros, o con su cara completamente cubierta de heces.

El informe del General Antonio Taguba, de abril 4 de 2004, citaba numerosos ejemplos de la forma en que el abuso de prisioneros se llevaba a cabo.

Dar puñetazos, cachetes y patear a los detenidos; saltar sobre sus pies desnudos. Grabar en vídeo y fotografiar prisioneros desnudos, tanto hombres como mujeres. Forzar a los prisioneros a desempeñar posiciones de acto sexual y fotografiarlos. Desnudar detenidos a la fuerza y mantenerlos desnudos durante varios días. Forzar a hombres desnudos a usar ropa interior femenina. Forzar a los detenidos a masturbarse para fotografiarlos y grabarlos. Amontonar a los prisioneros desnudos y saltar sobre ellos.

Sacar fotografías de prisioneros muertos en posición de celebración. Romper luces químicas sobre los detenidos y echar líquido fosfórico sobre los prisioneros. Regar con agua fría a los detenidos desnudos.

Golpear a los detenidos con escobas y sillas. Amenazar a los detenidos con una violación.

Permitir a guardias militares coser las heridas de un detenido, herido después de ser arrojado contra la pared de su celda. Etc.

El Secretario de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld rechazó las acusaciones de tortura y calificó los hechos de Abu Ghraib como abusos cometidos por unas manzanas podridas y que no corresponden al espíritu americano. La Casa Blanca se refiere a los prisioneros en Abu Ghraib y otras prisiones en Irak y Guantánamo como combatientes enemigos a los cuales no se les aplica tortura, sino técnicas agresivas de interrogación. Bush ha dicho en varias ocasiones que la Convención de Ginebra no tiene lugar en este caso, puesto que los terroristas no usan uniforme y no se rigen por las normas de la guerra. Al regreso de su viaje por Sudamérica después de asistir a la Cumbre de las Américas en Mar del Plata en noviembre de 2005, George W. Bush declaró en Panamá que los Estados Unidos no llevaban a cabo ningún tipo de tortura. La afirmación sucedía en momentos en que una propuesta de ley patrocinada por el Senador McCain, prohibiendo “el trato cruel, inhumano y degradante a prisioneros detenidos por el gobierno de los EU” estaba siendo debatida en el senado.

El vicepresidente Dick Cheney pidió al Senado hacer una excepción para la CIA de tal manera que sus agentes puedan llevar a cabo técnicas agresivas de interrogación de prisioneros.

Pocos días después de que el presidente Barack Obama decretara el cierre de la prisión de Guantánamo, el gobierno iraquí anunció la reapertura de la cárcel de Abu Ghraib, histórico centro de torturas en ese país. Cauteloso, el gobierno de Bagdad anunció que el presidio reabrirá sus puertas bajo otro nombre. “Se llamará Prisión Central de Bagdad”, explicó el viceministro de Justicia iraquí, Busho Ibrahim.

La explicación gubernamental es simple: frente al tremendo flujo de detenidos que existe en el país de la Mesopotamia, todos los centros carcelarios actualmente existentes se encuentran desbordados. Según un informe de la ONU sobre la situación penitenciaria en Irak publicado en diciembre 2008, en ese país hay alrededor de 35.000 presos; en muchas de las cárceles, grupos de hasta 120 personas se hacinan en celdas de 50 metros cuadrados. Si bien seis centros de detención financiados con capital norteamericano están siendo construidos a lo largo de todo el país, los números, al gobierno iraquí, no le cierran. Frente a ese panorama, las autoridades concluyeron que las instalaciones existentes no deben ser desaprovechadas, ya que Abu Ghraib cuenta con una capacidad de alojamiento de 15 mil personas y, de acuerdo con lo anunciado por el viceministro, cuando reabra sus puertas contará con un centro de asistencia médica para los allí detenidos, algo que no existía hasta ahora. Pero eso no es todo: allí también funcionará un museo para recordar las violaciones a los derechos humanos cometidas en sus celdas. El proyecto será financiado, también, con fondos de Washington. (Página 12. Enero de 2009)

El día 22 de enero de 2009, 2 días después de la toma de la presidencia por parte de Obama, el Centro Penitenciario de Guantánamo fue cerrado. "El mensaje que estamos enviando al mundo es que EE.UU. pretende proseguir con la actual lucha contra la violencia y el terrorismo y que estaremos en alerta", explicó durante el acto junto al vicepresidente, Joe Biden, y otros altos cargos. "Lo haremos de forma eficaz y de un modo que sea consecuente con nuestros valores y nuestras ideas".

El hoy Presidente Barack Obama, anunció, durante su campaña electoral, el cierre definitivo de la Prisión de Guantánamo en un plazo no mayor a un año.[2] Antes ya había suspendido los juicios que se desarrollaban en la misma. Sin embargo, cuatro meses después de dicho arreglo, anunció el restablecimiento de la prisión

BBC Mundo. Com Noticias Viernes, 18 de enero de 2002 - 12:20 GMT

Al mirar las fotos publicadas de la prisión de Abu Ghraib en la web, nunca imaginé que me encontraría con fotos tan escalofriantes. En un principio mirarlas era casi una tortura, me resistía a verlas por la crueldad que las fotos mostraban. Además me llevaban a imaginar que el trato que les daban a esas personas, lo recibía yo. Parecía introducirme en las escenas y constituirme parte de ellas, de los torturados.
Pero intente verlas una y otra vez, hasta que algo sucedió. Mi mente poco a poco se fue cauterizando y si bien verlas no es agradable, hoy puedo trabajar sobre ellas.

¿Y que tienen de particular la misma? Muestran “TORTURAS”, “ABUSOS” y ” HUMILLACION” a prisioneros políticos, algunos eran acusados de rebelde, otros de crímenes y otros no tenían ningún cargo.
¿Saben como se la llamó la cárcel a partir de la invasión de Iraq en el año 2003? “Camp Redention”, ¡que ironía!
Leyendo “Ante el dolor de los demás” de Susan Sontng (1933-2004), quién fuera una novelista y ensayista estadounidense, considerada una de las intelectuales mas influyentes en la cultura de Estados Unidos en las ultimas décadas, la autora comienza mencionando a Virginia Woolf, quien propone mirar imágenes de guerra que al mirarlas transmiten conmoción, una perturbación violenta del ánimo, a otros horror y repulsión, lo mismo que me sucedió al darle un vistazo a las fotos de la prisión en cuestión.
Cito un párrafo que me resultó interesante y que además a mi modo de ver, complementa el titulo de este libro. “No condolerse con estas fotos, no retraerse ante ellas, no afanarse en abolir lo que causa semejante estrago, carnicería semejante: para Woolf ésas serian las reacciones de un monstruo moral. Y afirma: no somos monstruos, somos integrantes de la clase instruida. Nuestro fallo es de imaginación, de empatía: no hemos sido capaces de tener presente esa realidad”.
Estas palabras me remiten, como dije, al titulo, ya que meditando en él pareciera interpelarme y decirme ¿Cuál es tu postura “ante” el dolor de los demás? O Ante el dolor de los demás ¿que? ¿Cómo voy a reaccionar ante las personas que sufren? ¿Tendré empatía, seré como un monstruo?
Ver fotografías de cuerpos mutilados, torturados, salvajemente maltratados por un lado trae parte de esa realidad hacia nosotros quienes nunca lo hemos vivido, nos acercan hacia el dolor de otras personas y también hace que uno se movilice y quizás condene ese tipo de prácticas. Estas imágenes tan atroces pueden producirnos reacciones opuestas, expresa Susan Sontang: o nos llama a la paz o bien a la venganza. Pero luego de conocerlas uno no es el mismo de antes e indefectiblemente toma una postura.

Las fotografías son una manera de de mirar la realidad, es un fragmento de la misma, un detalle. Quien seguramente tomo las imágenes seleccionó el ángulo, la perspectiva adecuada, el lugar más representativo para él, el cual representa su interés.

Además, las fotografías, son un manera de certificar la experiencia, también son un modo de rechazarla: al limitar la experiencia a una búsqueda de lo fotogénico, al convertir la experiencia en una imagen, un suvenir.

Nada más monstruoso, pavoroso, siniestro. En el haber de la humanidad existen montañas de actos de crueldad perpetrados por un individuo o por grupos de variados tamaños; atrocidades cometidas sin provocación donde la impiedad excede las proporciones imaginables, con un deseo tan fuerte de hacer sufrir al otro que se debe pensar en una anestesia extrema para no sentir horror ante lo que se comete.

El sentimiento de culpa ha sido decisivo para frenar la agresión humana y permitir que los seres humanos convivan.

Es entonces cuando reflexionando surge el concepto “SADISMO” relacionado con el voyerismo, ya que precisamente muestra como quienes torturan posan sonrientes al lado de sus víctimas. Y quien fotografía es cómplice de ellas.

Como lo expreso luego, el sadismo es el placer que se obtiene mediante el sufrimiento de otro, es la obtención de placer al realizar actos de crueldad o dominio; es una característica de la naturaleza humana, difícil de identificar en otras especies. Los actos de crueldad elaborada, excesiva o gratuita contra animales, personas y colectivos constituyen una constante en el desarrollo de la humanidad, frecuentemente justificados como exigencias de mantenimiento de la disciplina, del orden familiar, del orden social, del orden divino, de necesidades de sometimiento, ejemplarización o retribución, y consecuencia de los actos de guerra.

Actos de crueldad han llegado a transformarse en festejos colectivos en muchas sociedades. El circo Romano es uno de ellos. ¿Debemos recordar el circo romano? El circo fue creado a imagen y semejanza del que ya existía entre los hombres cuando aprendieron a divertirse con el sufrimiento de los otros, allá, en la honda prehistoria. Y siguió prosperando después del imperio. Claro que si: hoy, diariamente, en función continuada provista de variaciones sobre el tema, el circo romano está metido en el living y el dormitorio bajo la forma de un apantalla televisiva que divierte a la plebe sedienta de sangre, y la regodea con el despanzurramiento en colores, cámara rápida o lenta, y detalles atroces de infinita sofisticación.

Tal es así que vi interesante presentar el trabajo como la publicidad de un circo, como escenario de las torturas, en el que participan tanto torturadores que sienten el placer de dañar a otro, como torturados. La prisión de Abu Ghraib representa para mí el circo Romano, solo que a puertas cerradas, con acceso restringido, donde se comenten atrocidades entre otras cosas. Quien participa de él forma parte del ejército estadounidense o es prisionero iraquí. Los espectadores, como nosotros tendremos acceso al espectáculo mediante una imagen sacada con una cámara fotográfica. La imagen obtenida se materializará en una foto.

Participan del espectáculo macabro, domadores de fieras, acróbatas experimentados, payasos equilibristas en zancos, el hombre sándwich y un grupo de gimnastas que forman la sensacional pirámide humana.

La base de tal entretenimiento es disfrutar del dolor ajeno.

El trabajo está realizado sobre papel afiche satinado ya que de esa manera da la sensación de ser una propaganda, las que son pegadas en los letreros y/o carteleras.

Fue necesario en primer lugar seleccionar las fotos adecuadas al concepto elegido y usar el programa Fotoshop para editarlas. Cada una fue trabajada según la composición, para la cual tuve que ir ajustando la gradación de tamaño, avances y retrocesos del color, saturación, brillo, sombras y contrastes. Luego seleccioné el tipo de letras, tamaño, formas y colores.

La fotografía y la guerra

Junio 2004

Por Susan Sontag

Durante mucho tiempo las fotografías han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos importantes. Las fotografías ejercen un poder incomparable en determinar lo que recordamos de los acontecimientos, y ahora parece probable que en definitiva la gente por doquier asociará la vil guerra preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak el año pasado con las fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en la más infame cárcel de Sadam Husein, Abu Ghraib.

El Gobierno de Bush y sus defensores se han empeñado sobre todo en contener un desastre de relaciones públicas -la difusión de las fotografías- más que en enfrentar los complejos crímenes políticos y de mando que revelan estas imágenes. En primer lugar, el reemplazo de la realidad con las propias fotografías. La reacción inicial del Gobierno consistió en afirmar que el presidente estaba indignado y asqueado con las imágenes: como si la falta o el horror recayera en ellas, no en lo que exponen. También se evitó la palabra "tortura". Es posible que los prisioneros hayan sido objeto de "maltrato", en última instancia de "humillaciones": eso era lo más que se estaba dispuesto a reconocer. "Mi impresión es que las acusaciones hasta ahora han sido de 'maltrato', lo cual me parece que es distinto en sentido técnico a tortura", afirmó en una conferencia de prensa el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. "Y, por tanto, no pronunciaré la palabra 'tortura".

Negarse a llamar tortura a lo que sucedió en Abu Ghraib -y en otras cárceles de Irak y Afganistán, y en el Campamento Rayos X de la bahía de Guantánamo- es tan indignante como negarse a llamar genocidio lo sucedido en Ruanda. Ésta es la definición usual de tortura que consta en las leyes y tratados internacionales de los que Estados Unidos es signatario: "Todo acto por el cual se inflijan intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión". (La definición proviene de la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 1984, y está presente más o menos con las mismas palabras en leyes consuetudinarias y tratados previos, desde el artículo tercero común a las cuatro convenciones de Ginebra de 1949 hasta numerosos convenios recientes sobre derechos humanos, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las convenciones europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos). En la convención de 1984 se declara expresamente que "en ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública, como justificación de la tortura". Y todos los convenios sobre tortura especifican que ésta incluye los tratos que pretenden humillar a las víctimas, como abandonar a los prisioneros desnudos en celdas y corredores.

El reconocimiento de que los estadounidenses torturan a sus prisioneros refutaría todo lo que este Gobierno ha procurado que la gente crea sobre las virtuosas intenciones estadounidenses y la universalidad de sus valores, lo cual es la esencial justificación triunfalista del derecho estadounidense a emprender acciones unilaterales en el escenario mundial en defensa de sus intereses y seguridad.

Incluso cuando el presidente fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la reputación del país se extendía y ahondaba en todo el mundo, al enunciar la palabra "perdón", el foco del arrepentimiento aún parecía la lesión a la pretendida superioridad moral estadounidense, a su objetivo hegemónico de traer "la libertad y la democracia" al ignaro Oriente Próximo. Sí, el señor Bush afirmó, de pie junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington, que lamentaba "la humillación que han sufrido los prisioneros iraquíes y la humillación que han sufrido sus familias". Aunque, continuó, "lamento igualmente que la gente no comprendiera, al ver estas imágenes, el auténtico carácter y corazón de Estados Unidos".

Que el empeño estadounidense en Irak quede compendiado en estas imágenes debe de parecer, entre los que hallaron alguna justificación para una guerra que en efecto derrocó a uno de los tiranos monstruosos del siglo XX, injusto. Una guerra, una ocupación, es inevitablemente un enorme entramado de acciones. ¿Qué hace que algunas sean y otras no sean representativas? La cuestión no es si la tortura fue obra de unos cuantos individuos (en lugar de "todos") -todas las acciones las realizan individuos-, sino si fue sistemática. Autorizada. Condonada. Fue todo lo antedicho. El punto no es si la mayoría o una minoría de estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las políticas que propugna este Gobierno y la jerarquía desplegada a fin de consumarlas hace que estas acciones resulten más probables.

Así consideradas, las fotografías somos nosotros. Es decir, son representativas de las singulares políticas de este Gobierno y de las corrupciones fundamentales del dominio colonial.

Así pues, ¿la cuestión central no son las propias fotografías, sino la revelación de lo ocurrido a los "sospechosos" arrestados por Estados Unidos? No: el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de fotografiar, mientras los perpetradores posan, recreándose, junto a sus cautivos indefensos.

Las fotografías de linchamientos eran recuerdos de una acción colectiva cuyos participantes sintieron su conducta del todo justificada. Así son las fotografías de Abu Ghraib.

Si hubiera alguna diferencia, sería la creada por la creciente ubicuidad de las acciones fotográficas. Las imágenes de los linchamientos correspondían a su carácter de trofeo: efectuadas por un fotógrafo cuyo fin era reunirlas y almacenarlas en álbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las fotografías que hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un cambio en el uso que se hace de las imágenes: menos objeto de conservación que mensajes que han de circular, difundirse. La mayoría de los soldados poseen una cámara digital. Si antaño fotografiar la guerra era terreno de los periodistas gráficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fotógrafos -registran su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece pintoresco, sus atrocidades-, se intercambian imágenes y las envían por correo electrónico a todo el mundo.

Cada vez hay más registros de lo que la gente hace, por su cuenta. La gente plasma todos los aspectos de su vida, los almacena en archivos de ordenador, y luego los envía por doquier. La vida familiar acompaña al registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre todo cuando, la familia está en medio de la crisis y el descrédito.

La vida erótica es, para cada vez más personas, lo que se puede capturar en las fotografías o el vídeo digital. Y acaso la tortura resulta más atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz pública, que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual. (Salvo la imagen, ya canónica, del individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja, encapuchado y al que le brotan cables, quizá advertido de que si cae será electrocutado). Con todo, las imágenes de prisioneros atados muchas horas en posiciones dolorosas, o forzados a permanecer de pie otras tantas, con los brazos en alto, son más o menos infrecuentes. No hay duda de que se consideran como tortura: basta ver el terror en el rostro de la víctima. Pero casi todas las imágenes parecen formar parte de una más amplia confluencia de la tortura con la pornografía: una joven que guía a un hombre desnudo con una correa es clásica imaginería dominatriz. Y cabe preguntarse en qué medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiración en el vasto repertorio de imaginería pornográfica disponible en Internet y que pretenden emular las personas comunes que en la actualidad se transmiten a sí mismas por la Red.

Vivir es ser fotografiado, poseer el registro de la propia vida, y, por tanto, seguir viviendo, sin reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas cortesías de la cámara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la comunidad de las acciones registradas como imágenes. La expresión de complacencia ante las torturas infligidas a víctimas indefensas, atadas y desnudas es sólo parte de la historia. Hay una complacencia primordial en ser fotografiado, a lo cual no se tiende a reaccionar hoy día con una mirada fija, directa y austera (como antaño), sino con regocijo. Los hechos están en parte concebidos para ser fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la cámara. Algo faltaría si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera hacer una foto.

Al mirar estas imágenes, cabe preguntarse: ¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la humillación de otro ser humano? ¿Situar perros guardianes frente a los genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo? ¿Violar y sodomizar a los prisioneros? ¿Forzar a prisioneros con capucha y grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da la impresión de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es, evidentemente: las personas hacen esto a otras personas. La violación y el dolor infligido a los genitales están entre las formas de tortura más comunes. Cuando se les lleva a creer que la gente a la que torturan pertenece a una religión o raza inferior y despreciable. Pues la significación de estas imágenes no consiste sólo en que se ejecutaron estos actos, sino en que, además, sus perpetradores no supusieron nada condenable en lo que muestran las imágenes. Y lo más detestable, pues se pretendía que las fotos circularan y mucha gente las viera, es que todo eso había sido divertido. Y esta noción de esparcimiento es, por desgracia -y contrariamente a lo que el señor Bush le cuenta al mundo-, cada vez más parte "de la verdadera naturaleza y el corazón de Estados Unidos".

Es difícil evaluar la creciente aceptación de la brutalidad en la vida estadounidense, pero las pruebas están por doquier, desde los videojuegos de asesinatos que son el espectáculo principal de los chicos -¿cuánto tardará en llegar el videojuego Interroga a los terroristas?- hasta la violencia ya endémica en los ritos grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los crímenes violentos están a la baja, si bien ha aumentado el fácil regodeo en la violencia. Desde los rudos vejámenes infligidos a los alumnos recién llegados en numerosos bachilleratos de las urbanizaciones estadounidenses -retratados en la película de Richard Linklater Dazed and confused (Jóvenes desorientados) (1993)- hasta las novatadas rituales con brutalidades físicas y humillaciones sexuales institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos, Estados Unidos se ha convertido en un país en el que las fantasías y la ejecución de la violencia se tienen por un buen espectáculo, por diversión.

Lo que antaño se apartaba como pornográfico, como ejercicio de extremos anhelos sadomasoquistas -como en la última y casi insoportable película de Pasolini, Saló (1975), que exhibe orgías de suplicios en un reducto fascista del norte italiano en las postrimerías de la época de Mussolini-, en la actualidad se normaliza, por los apóstoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e imperiales, como una animada travesura y desahogo. "Apilar hombres desnudos" es como una travesura de fraternidad universitaria, afirmó un oyente a Rush Limbaugh.

Es probable que buena parte de los estadounidenses prefiera pensar que está bien torturar y humillar a otros seres humanos -los cuales, en calidad de enemigos putativos o presuntos, han perdido todos sus derechos- que reconocer el disparate, la ineptitud y el timo de la aventura estadounidense en Irak. En cuanto a la tortura y la humillación como diversión, parece que hay poco que oponer a esta tendencia mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de guarniciones, en el que los patriotas se definen como respetuosos incondicionales del poderío militar y en el que se necesita el máximo de vigilancia en el interior. Conmoción y pavor fue lo que nuestros militares prometieron a los iraquíes que se resistieran a los libertadores estadounidenses. Y conmoción y horror es lo que han transmitido los estadounidenses según pregonan al mundo estas fotografías: una pauta de conducta criminal que desafía y desprecia manifiestamente las convenciones humanitarias internacionales. Hoy día, los soldados posan, con pulgares aprobatorios, ante las atrocidades que cometen, y envían fotografías a sus compañeros y familiares. ¿Debería sorprendernos siquiera? La nuestra es una sociedad en la cual antaño habríamos hecho lo imposible por ocultar los secretos de la vida privada, pero en la actualidad clamamos por una invitación para revelarlos en un programa de televisión. Lo que estas fotografías ilustran es tanto la cultura de la desvergüenza como la reinante admiración a la brutalidad contumaz.
La noción de que las "disculpas" o las profesiones de "repugnancia" o "aborrecimiento" por parte del presidente y el ministro de Defensa son respuesta suficiente a la tortura sistemática de los prisioneros revelada en Abu Ghraib es un ultraje a nuestro sentido moral e histórico. La tortura de prisioneros no es una aberración. Es la consecuencia directa de una ideología global de lucha en la que "estás conmigo o en mi contra" y con la que el Gobierno de Bush ha procurado cambiar, de modo radical, la postura internacional de Estados Unidos y refundir muchas instituciones y prerrogativas nacionales. El Gobierno de Bush ha empeñado al país en una doctrina bélica seudorreligiosa, de guerra sin fin; pues la "guerra contra el terror" no es más que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo imperio carcelario internacional que gestiona el ejército estadounidense excede incluso los escandalosos procedimientos de la isla del Diablo francesa o el sistema del Gulag de la Rusia soviética, ya que en el caso de la colonia penal francesa hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario ruso, cargos de algún tipo y una sentencia que duraba años explícitos. La guerra sin fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin revelar el nombre de los prisioneros o sin facilidades para que se comuniquen con sus familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el ilegal imperio penitenciario estadounidense son "detenidos"; "prisioneros", una palabra recientemente obsoleta, podría suponer que tienen derechos conferidos por las leyes internacionales y la ley de todos los países civilizados. Esta "Guerra Global Contra el Terror" -en la cual se han mezclado por decreto del Pentágono tanto la justificable invasión de Afganistán como el irreducible disparate en Irak- acarrea inevitablemente la deshumanización de todo aquel que el Gobierno de Bush declara posible terrorista: una definición indiscutible y que casi siempre se adopta en secreto.

Puesto que las imputaciones contra la mayoría de las personas detenidas en las prisiones iraquíes y afganas son inexistentes -el Comité Internacional de la Cruz Roja informa de que entre el 70% y el 90% de los recluidos no parece haber cometido otro delito más que el de encontrarse en el sitio y el momento inoportunos, capturados en alguna redada de "sospechosos"-, la justificación principal para retenerlos es el "interrogatorio". ¿Interrogarlos sobre qué? Sobre cualquier cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el interrogatorio es el motivo por el cual se detiene a los prisioneros indefinidamente, entonces la coerción física, la humillación y la tortura resultan inevitables.

Un interrogatorio que no produjera información (no importa en qué consista) se consideraría un fracaso. Por ello se justifica aún más la preparación de los prisioneros para que hablen. Ablandarlos, presionarlos: éstos suelen ser los eufemismos de las costumbres bestiales que han cundido en las cárceles estadounidenses donde están recluidos los "sospechosos de terrorismo". Al parecer, infortunadamente, poco más que unos cuantos fueron "presionados" demasiado y murieron.

Así pues, las fotografías seguirán "asaltándonos", como están siendo inducidos a sentir muchos estadounidenses. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos afirman que ya han visto "suficiente". No, sin embargo, el resto del mundo. La guerra sin fin: un torrente sin fin de fotografías. ¿Los editores de periódicos, revistas y televisiones estadounidenses discutirán ahora que mostrar otras más, o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las imágenes más conocidas, procura una visión diferente y en algunos casos más horrorosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib), sería de "mal gusto" o una acción política manifiesta? Por "político" entiéndase: crítico de la guerra sin fin del Gobierno de Bush. Pues no puede haber duda de que las fotografías perjudican, como ha testificado el señor Rumsfeld, la reputación de "los hombres y mujeres honorables de las Fuerzas Armadas que con valentía, responsabilidad y profesionalismo están protegiendo nuestras libertades en todo el mundo". Este perjuicio -a nuestra reputación, nuestra imagen, nuestro éxito en cuanto potencia imperial- es lo que deplora sobre todo el Gobierno de Bush. Cómo es que la protección de "nuestras libertades" -y en este punto se trata sólo de la libertad de los estadounidenses, 5% de la población del planeta- precisa del despliegue de soldados estadounidenses en cualquier país que le plazca ("en todo el mundo") es algo que difícilmente se debate entre nuestros funcionarios elegidos. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima potencial o futura del terror. Estados Unidos sólo está defendiéndose de enemigos implacables y furtivos.

La reacción ya se ha hecho sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse llevar por una orgía de reproches. La publicación continuada de las imágenes está siendo interpretada por muchos estadounidenses como una indicación de que no tenemos derecho a defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los fanáticos) comenzaron. Ellos -¿Osama Bin Laden? ¿Sadam Husein? ¿Qué importa?- nos atacaron primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testificó el ministro de Defensa, confesó su certidumbre de no ser el único miembro "más indignado por la indignación" que causó lo que exponen las fotografías. "Se sabe que estos prisioneros, explicó el senador Inhofe, "no están ahí por sanciones de tráfico. Si estos prisioneros están en el bloque 1-A o 1-B es porque son asesinos, son terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las manos manchadas de sangre estadounidense y aquí estamos preocupados sobre el trato que se les da a estos individuos". La culpa es de "los medios" -llamados habitualmente "medios liberales"-, que provocan, y seguirán provocando, más violencia contra los estadounidenses en el mundo. "Ellos" se vengarán de "nosotros". Morirán más estadounidenses. Por estas fotografías. Y las fotos engendrarán más fotos: "su" respuesta a las "nuestras".

Sería un error manifiesto permitir que estas revelaciones sobre la connivencia militar y civil estadounidense para torturar en la "guerra mundial contra el terrorismo" se conviertan en la historia de la guerra de -y contra- las imágenes. No es a causa de las fotografías, sino a causa de lo que revelan que está sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que alcanza los más altos niveles del Gobierno de Bush. Pero la distinción -entre fotografía y realidad, entre política y manipulación- se puede desvanecer con facilidad. Eso es lo que espera este Gobierno que ocurra.
También vídeos

"Hay muchas más fotografías y vídeos -reconoció el señor Rumsfeld en su testimonio-. Si se difunden entre el público, este asunto, evidentemente, empeorará". Empeorará para el Gobierno y sus programas, presumiblemente, no para quienes son víctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podrían censurarse a sí mismos, como acostumbran. Pero, según reconoció el señor Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como antaño, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los fragmentos inaceptables, sino que se desempeñan como turistas; en palabras del señor Rumsfeld: "Nos sorprende que vayan por ahí con cámaras digitales tomando fotografías increíbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los medios". Los esfuerzos del Gobierno por detener la marea de fotografías se desarrollan en varios frentes. En la actualidad, el argumento está adoptando un cariz legalista: las fotografías se clasifican ahora como "pruebas" en causas futuras, cuyo resultado podría verse afectado si son dadas a conocer al público. Siempre se sostendrá que las imágenes más recientes, que, según se informa, contienen horrendas imágenes de violencia ejercida contra los prisioneros y humillaciones sexuales, no han de difundirse. El presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, el republicano John Warner, de Virginia, después de examinar con otros legisladores la muestra de diapositivas del 12 de mayo con más horrendas imágenes de humillación sexual y violencia contra los prisioneros iraquíes, dijo que, en su "enérgica" opinión, las fotografías más recientes "no deberían hacerse públicas. Me parece que podrían poner en riesgo a los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas mientras están prestando su servicio en medio de grandes peligros".

Pero el impulso más decidido para restringir la disponibilidad de las fotografías provendrá del empeño incesante en proteger al Gobierno de Bush y encubrir el desgobierno estadounidense en Irak; en equiparar la "indignación" a causa de las fotografías con una campaña para socavar el poderío militar estadounidense y los propósitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en que muchos tuvieron por una implícita crítica de la guerra la transmisión televisada de fotografías de soldados estadounidenses muertos en el curso de la invasión y ocupación de Irak, se tendrá cada vez más por antipatriota la propagación de las nuevas fotografías que mancillen aún más la reputación -es decir, la imagen- de Estados Unidos.

Con todo, estamos en guerra. Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. "No me importa lo que digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos" (George W. Bush, 11 de septiembre de 2001). Vaya, sólo nos estamos divirtiendo. En nuestra sala de espejos digital, las imágenes no se desvanecerán. Sí, al parecer, una imagen dice más que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes prefieren no mirarlas, habrá miles de instantáneas y vídeos adicionales. Incontenibles.
© Susan Sontag, 2004. Traducción: Aurelio Major

Durante toda su vida, Susan Sontag ha tenido una fructífera obsesión con la fotografía. Resumen de sus escritos:

-Las fotografías, son un modo de certificar la experiencia, también son un modo de rechazarla: al limitar la experiencia a una búsqueda de lo fotogénico, al convertir la experiencia en una imagen, un suvenir.

-El viaje se transforma en una estrategia para acumular fotografías. La actividad misma de fotografiar es tranquilizadora, y atempera esa desazón general que se suele agudizar en los viajes. La mayoría de los turistas se sienten constreñidos a poner la cámara entre ellos y cualquier cosa notable que encuentren. Al no saber como reaccionar, fotografían. Así la experiencia cobra forma: ¡alto!, una fotografía, ¡adelante! El método seduce especialmente a gentes sometidas a una ética laboral implacable: alemanes, japoneses y norteamericanos. La utilización de una cámara aplaca la ansiedad que sufren los obsesionados por el trabajo por no trabajar cuando están de vacaciones y presuntamente divirtiéndose. Cuentan con una tarea que parece amigable imitación del trabajo: tomar fotografías. Los pueblos despojados de su pasado parecen los entusiastas más fervientes de la fotografía, en su país y en el exterior

-La fotografía es, antes que nada una manera de mirar. No es la mirada misma.

-Esta manera de mirar que tiene ya una dilatada historia, conforma lo que buscamos y estamos habituados a notar en las fotografías.

-La manera de mirar moderna es ver fragmentos. Se tiene la impresión de que la realidad es en esencia ilimitada y el conocimiento no tiene fin. De ello se sigue que todos los límites, todas las ideas unificadoras han de ser engañosas, demagógicas, en el mejor de los casos provisionales, casi siempre, y a la larga, falsas. Mirar la realidad a la luz de determinadas ideas unificadoras tiene la ventaja innegable de dar contorno y forma a nuestras vivencias. Pero también (así nos instruye la manera de mirar moderna) niega la diversidad y la complejidad infinitas de lo real. Por lo tanto reprime nuestra energía, nuestro derecho, en efecto, a refundar lo que deseamos refundar: nuestra sociedad o nosotros mismos. Lo que libera, se nos dice, es notar cada vez más cosas.

-En una sociedad moderna las imágenes realizadas por las cámaras son la entrada principal a realidades de las que no tenemos vivencia directa. Y se espera que recibamos y registremos una cantidad ilimitada de imágenes acerca de lo que no vivimos directamente. La cámara define lo que permitimos que sea “real”, y sin cesar ensancha los limites de lo real. Se admira a los fotógrafos sobre todo si revelan verdades ocultas de sí mismos o conflictos sociales no cubiertos del todo en sociedades próximas y distantes de donde viene el espectador.

-En la manera de conocer moderna, debe haber imágenes para que algo se convierta en “real”. Las fotografías identifican acontecimientos. Las fotografías les confieren importancia a los acontecimientos y los vuelven memorables. Para que una guerra, una atrocidad, una epidemia o un denominado desastre natural sean tema de interés más amplio, han de llegar a la gente por medio de los diversos sistemas (de la televisión e Internet a los periódicos y revistas) que difunden las imágenes fotográficas entre millones de personas.

-En la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual resulta siempre cambiante. Una fotografía registra lo aparente. El registro de la fotografía es el registro del cambio, de la destrucción del pasado. Puesto que somos modernos (y si tenemos la costumbre de ver fotografías somos, por definición, modernos), sabemos que las identidades son construcciones. La única realidad irrefutable (y nuestro mejor indicio de identidad) es cómo aparece la gente.

-Una fotografía es un fragmento, una vislumbre. Acopiamos vislumbres, fragmentos. Todos almacenamos mentalmente, cientos de imágenes fotográficas, dispuestas para la recuperación instantánea. Todas las fotografías son detalles. Por lo tanto, las fotografías se parecen a la vida. Ser moderno es vivir hechizado por la salvaje autonomía del detalle.

-Conocer es, sobre todo, reconocer. El reconocimiento es la modalidad del conocimiento que ahora se identifica con el arte. Las fotografías de las crueldades e injusticias terribles que afligen a la mayoría de las personas en el mundo parecen decirnos (a nosotros, que somos privilegiados y estamos más o menos a salvo) que deberíamos sublevarnos, que deberíamos desear que algo se hiciera para evitar esos horrores. Hay además, otras fotografías que parecen reclamar un tipo de atención distinto. Para este conjunto de obras en curso, la fotografía no es una suerte de agitación social o moral, cuya meta sea incitar a que sintamos algo y actuemos, sino una empresa de notación. Observamos, tomamos nota, reconocemos. Esta es una manera más fría de mirar. La manera de mirar es lo que identificamos como arte.

-La obra de los mejores fotógrafos comprometidos socialmente es a menudo condenada si se parece demasiado al arte. Y a la fotografía tenida por arte se le puede condenar de modo paralelo, marchita la emoción que nos llevaría a preocuparnos. Nos muestra acontecimientos y circunstancias que acaso deploremos y nos pide que mantengamos distancia. Nos puede mostrar algo en verdad horripilante y ser una prueba de los que es capaz de tolerar nuestra mirada y que se supone que debemos aceptar. O a menudo simplemente nos invita ( y esto es cierto en casi toda la fotografía contemporánea más brillante) a fijar la vista en la banalidad. Fijar la vista en la banalidad y también paladearla, recurriendo precisamente a los mismos hábitos de la ironía que se afirman mediante la surrealista yuxtaposición de consabidas fotografías en las exposiciones y libros más refinados.

-La fotografía (insuperable modalidad de viaje, del turismo) es el principal medio moderno de ampliación del mundo. En cuanto rama del arte, la empresa fotográfica que hace más amplio el mundo tiende a especializarse en temas al parecer provocadores, transgresores. La fotografía puede estar diciéndonos: esto también existe. Y eso. Y aquello. (Y todo es “humano”). Pero ¿qué hemos de hacer con este conocimiento, si acaso es un conocimiento, digamos, del ser, de la anormalidad, de mundos marginados, clandestinos?

-Llámese conocimiento, llámese reconocimiento, de algo podemos estar seguros acerca de esta modalidad, singularmente moderna, de toda vivencia: la mirada, y el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca pueden completarse.

Sadismo

Es el placer que se obtiene mediante el sufrimiento de otro, es la obtención de placer al realizar actos de crueldad o dominio; y el masoquismo describe el increíble gozo que se logra por el sufrimiento de uno mismo.

Este disfrute puede ser de naturaleza sexual y consensuada o puede ser indicativo de trastorno mental o el resultado de emociones humanas como el odio, la venganza e incluso ciertas concepciones de la justicia. Es un término polisémico con matices de significado netamente diferenciados.

El término sadismo deriva del Marqués de Sade, escritor y filósofo francés autor de numerosas obras donde el sadismo sexual ocupa un papel de gran importancia.

Su antónimo y complemento potencial es el masoquismo. El masoquismo es la obtención de placer al ser víctima de actos de crueldad o dominio. Este disfrute también puede ser sexual o no sexual. La característica fundamental del masoquismo que lo distingue de otros tipos de sumisión es la algolagnia, esto es, la satisfacción obtenida sufriendo dolor físico en distintos grados.

El sadismo es una característica de la naturaleza humana, difícil de identificar en otras especies, ampliamente documentada desde los orígenes de la especie mediante hallazgos antropológicos y obras históricas. Los actos de crueldad elaborada, excesiva o gratuita contra animales, personas y colectivos constituyen una constante en el desarrollo de la humanidad, frecuentemente justificados como exigencias de mantenimiento de la disciplina, del orden familiar, del orden social, del orden divino, de necesidades de sometimiento, ejemplarización o retribución, y consecuencia de los actos de guerra. Muchas sociedades han llegado a transformar algunos de estos actos de crueldad en festejos colectivos, como es el caso de:

La tauromaquia: práctica de lidiar con toros. Las más modernas son las corridas de toros, las que forman parte de una cultura nacional. En la antigüedad era una demostración de valentía y como un rito, paso de la niñea a la edad adulta.

En Roma los Uros (especie extinta bobina) eran arrojados a la arena del circo para capturarlos y matarlos por representantes de las familias de los nobles para mostrar sus dotes de cazador.

También se arrojaban a manadas de cristianos en (ejecuciones públicas) en la época de la persecución.

El circo romano: instalaciones lúdicas más importantes en las ciudades romanas. Fueron los romanos que en la antigüedad dieron el nombre Circo a las actividades de entretenimiento, o mejor dicho, a los espectáculos públicos. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (1992: 480), circo era «el lugar reservado entre los romanos para algunos espectáculos, especialmente para las carreras de carros y caballos. Tenía comúnmente forma de paralelogramo prolongado, redondeado en uno de sus extremos, con gradas alrededor para los espectadores». Además de las carreras, en el circo romano, los desafíos concentraban los duelos de vida y muerte, entre hombres y animales, un concepto parecido al que tenemos en la actualidad (corridas de toros).

La tortura: acto de causar daño físico o psicológico. Lo que se busca con la tortura psicológica es la ruptura de la autoestima y la resistencia moral del detenido, con el fin de que al interrogarlo acceda más fácilmente a sus deseos.

Ejecución pública de los condenados.

La realización de algunos de estos actos de crueldad constituye mandato divino en la mayoría de las religiones, si bien en algunas ocasiones estas mismas religiones actuaban de limitadores de los mismos.

Por lo común, tales actos de crueldad se han considerado malignos cuando se realizan por razones exclusivamente personales y privadas, al margen de estos mecanismos de socialización o sacralización. Por ello, resulta complejo separar la crueldad y el sadismo de sus justificaciones sociales en tiempos anteriores a la Edad Moderna, y sólo nos han llegado noticias de sádicos históricos cuando el uso privado o el nivel y grado de elaboración de la crueldad llamaron la atención de sus coetáneos. Este es el caso de personajes como Calígula, Tiberio, Gilles de Rais, Vlad Tepes, Murad IV, Isabel Báthory o Catalina la Grande. En general, la crueldad es indistinguible del ejercicio del poder familiar o social hasta la llegada del humanismo renacentista y la plasmación final de la singularidad individual en las declaraciones de derechos de la Edad Moderna; por tanto, resulta imposible hasta este momento diferenciar claramente el disfrute personal de la crueldad de los ejercicios de crueldad colectiva. Y quienes comenzaron a hacerlo, fueron rápidamente caracterizados como pervertidos o psicópatas.

Masoquismo

La observación histórica y antropológica del masoquismo resulta aún más oscura. En el periodo pre moderno, el masoquismo quedó enmascarado por el hecho de que el comportamiento óptimo de todo súbdito —a diferencia del ciudadano— es análogo al de un esclavo masoquista: reconocimiento de la autoridad y de la sujeción a la misma, obediencia sin paliativos, aceptación activa del orden impuesto y de los métodos de castigo utilizados para mantenerlo, cooperación en los mecanismos represivos, etc. Tal comportamiento fue reforzado especialmente en las mujeres durante todo el periodo patriarcal.

Adicionalmente, en tiempos de gran crueldad y brutalidad, no resultaba difícil provocar situaciones que se resolvieran mediante la aplicación de control y dolor fácilmente predecibles en intensidad y alcance por el contexto cultural.

Este enmascaramiento dificulta enormemente la identificación de masoquistas conocidos en la historia y obliga a deducir su existencia de sus acciones, lo que siempre resulta discutible. Este sería el caso de algunos mártires y también de ciertos líderes, que buscaron activamente su propia destrucción aunque las circunstancias no lo exigieran. Asimismo se trasluce en algunos personajes literarios, como el caballero Lancelot de las leyendas artúricas.

En todo caso, el masoquismo es igualmente una característica de la naturaleza humana que no se halla en otras especies. Son incontables las personas que buscan y mantienen situaciones en las que resultarán dañadas, humilladas, castigadas e incluso torturadas o destruidas. Hay quien afirma que las sociedades organizadas serían imposibles sin estos rasgos masoquistas en una mayoría de la población.

“Nadie por inverosímil que parezca, puede estar impregnado de una de estas tendencias sin poseer algo o mucho de la otra; sucede que la otra permanece invisible. Un torturador, un verdugo, un provocador de dolores ajeno es obviamente sádico, pero es al mismo tiempo, con intensidad (aunque en forma encubierta) un masoquista.

La crueldad del hombre puede estremecer el cielo. El odio, la capacidad de destrucción, la indiferencia y hasta su deleite por el padecimiento asustan. Las crónicas de todos lo tiempos informan sobre asesinatos, torturas, atentados, y abuso a cargo de sujetos convertidos en francotiradores, o asociados en bandas de delincuentes o en organizaciones dedicadas al terror. La humanidad convive con ellos, lucha, los persigue. Y también los alimenta. Hay gobiernos que asilan y adiestran terroristas, etc.

¿Debemos recordar el circo romano? El circo fue creado a imagen y semejanza del que ya existía entre los hombres cuando aprendieron a divertirse con el sufrimiento de los otros, allá, en la honda prehistoria. Y siguió prosperando después del imperio. Claro que si: hoy, diariamente, en función continuada provista de variaciones sobre el tema, el circo romano está metido en el living y el dormitorio bajo la forma de un apantalla televisiva que divierte a la plebe sedienta de sangre, y la regodea con el despanzurramiento en colores, cámara rápida o lenta, y detalles atroces de infinita sofisticación.

Durante cinco mil años, la guerra ha sido cantada por la épica, celebrada por los líderes, homenajeada por pueblos enteros. Se le cuelgan vistosas etiquetas, guirnaldas legitimadoras: se dice guerras heroicas, guerra de la independencia, guerra de liberación, guerra justa. Pero la guerra es esencialmente muertos, heridos, angustia, campos arrasados, abusos de todo orden, odio. La guerra no solo causa humillación y pérdidas en el vencido: corrompe al triunfador porque incorpora el gozo por el sufrimiento ajeno.

Es imprescindible para equilibrar a otros para que sobreviva la sociedad y hasta el mismo planeta la presencia de la culpa en el psiquismo humano. En dosis adecuadas, ayuda a controlar, sublimar y razonar impulsos que anhelan su satisfacción inmediata. Si no hay un límite, dañarán inevitablemente al conjunto.

El hombre, pues, asusta al universo. Desde su precario inicio ha logrado ascender hasta el trono de los dioses. Creó su propio orden que deglute al natural. Pero ni siquiera es fiel a lo que él mismo inventó, porque “su habilidad industriosa a veces lo orienta hacia el bien; a veces hacia el mal”. Desbasta bosques, modifica climas, ciega corrientes de agua, contamina los océanos, agota especies y, no satisfecho con tanta insolencia, persigue, tortura y asesina a otros hombres. Pavoroso, siniestro; y hasta vocablos tan horribles suenan débiles.

Que el hombre es un enemigo de la cultura, además de su insigne creador y sostén, salta a la vista. Aunque la mayoría desee creer que aborrece el crimen, en sueños, en impulsos descontrolados o en expresiones disfrazadas deja asomar la cabeza de los monstruosos negados. Muchísimos no retroceden ante el asesinato y el incesto, tampoco se oponen con suficiente éxito a la guerra, no conocen los límites de su avaricia y no se cuidan de dañar a los otros a menos que teman un castigo. No se limitan a atacar cuando tiene hambre o a defenderse cuando son objeto de una agresión, como las fieras, sino que suelen convertirse en fieras gratuitas e insaciables de los demás hombre y de su ambiente natural. A diferencia del lobo, que detiene sus mordiscos ante el rival herido, el hombre lo sique lastimando para infligirle mas dolor y para darle muerte.

Nada más monstruoso, pavoroso, siniestro. En el haber de la humanidad existen montañas de actos de crueldad perpetrados por un individuo o por grupos de variados tamaños; atrocidades cometidas sin provocación donde la impiedad excede las proporciones imaginables, con un deseo tan fuerte de hacer sufrir al otro que se debe pensar en una anestesia extrema para no sentir horror ante lo que se comete.

El sentimiento de culpa ha sido decisivo para frenar la agresión humana y permitir que los seres humanos convivan.

Einstein hablaba del “salvaje entusiasmo” que provocaba la guerra, sodomítica orgía de las abominaciones humanas.”

(Marcos Aguinis “Elogio de la culpa”)

El miedo a la libertad de Eric Fromm

Masoquistas (un poder inconsciente en su psiquis les hace sentir sentimientos de inferioridad (como la expresión adecuada de defectos realmente existentes), impotencia e insignificancia individual: se disminuyen, se muestran débiles, rehusándose a dominar las cosas. Son muy dependientes de poderes, personas, instituciones, la naturaleza, etc. Haciendo lo que estos quieren, no lo que ellos desean (en casos extremos, impulsos a castigarse o infligirse sufrimientos, como si fueran debidos a situaciones inmodificables).

Son manifestaciones irracionales o patológicas racionalizadas

Sádico: tres especies de tales tendencias:

* Sometimiento de los otros

* Impulsos a explotarlos o robarles, tanto cosas materiales como no

* Deseo de hacer sufrir a los demás o el de verlos sufrir (física o psicológicamente)

Objeto: castiga de una manera activa, de humillar, colocar a los otros en situaciones incómodas o depresivas, hacerles pasar vergüenza

Menos consciente y más racionalizado que el masoquista. Socialmente menos peligrosos.

Suelen esconderse bajo el carácter reactivo de exagerada preocupación o bondad para con los demás.

Parece tan fuerte y dominador, y el objeto de su sadismo tan débil y sumiso, que resulta difícil concebirlo como un ser dependiente de aquel a quien manda. La dependencia se basa en que sus sentimientos de fuerza se arraigan en el hecho de que él es el dominador de alguien. Esta dependencia puede permanecer del todo inconsciente.

Tal es el caso del marido sádico con su mujer que le dice que él sería más feliz si ella se fuera. Si esto pasara, el se humillaría y rogaría que se quedara, que la ama tanto que no podría vivir sin ella. Ella se queda, y vuelven a caer en el círculo.

Puede creer que desea dominar sus vidas porque los quiere tanto. Y de hecho los quiere, porque los domina.

Les puede dar todo, excepto el derecho de ser libres; por eso se puede disfrazar tras la apariencia de preocupación natural, o de un lógico sentimiento de protección.

Generalmente en relaciones de padres-hijos: la consecuencia: profundo miedo al amor que experimenta el hijo en su vida adulta, ya que amar significa para él dejarse atrapar y ver ahogada su libertad.

Hobbes: hay una inclinación general de la humanidad a la existencia de un perpetuo e incesante deseo de poder que desparece solamente con la muerte

Para Hitler, el deseo de dominar era el lógico resultado de la lucha por la supervivencia del más apto.

Sin embargo, los impulsos masoquistas parecieron un enigma

Freud durante muchos años no presto atención al fenómeno de la agresión de carácter no sexual. Alfred Adler situó las tendencias de que nos ocupamos en un centro de un sistema. Pero este no las denomina sadomasoquismo, sino sentimientos de inferioridad y voluntad de poder. Nosotros hablamos de tendencias, de tendencias irracionales a disminuirse o a hacerse pequeño. Considera los aspectos de los sentimientos de inferioridad en tanto constituyen una reacción frente a una inferioridad objetivamente existente., mientras nosotros consideramos la voluntad de poder como la expresión de un impulso irracional de denominación sobre los demás. Adler se refiere exclusivamente a su aspecto racional y habla de tal tendencia como de una reacción adecuada que tiene la función de proteger al individuo contra los peligros que surgen de su inseguridad e inferioridad.

Puntos de vista al de Freud fueron presentados en la literatura psicoanalítica por Wilhelm Roich, Karen Horney y por mi.

La teoría de Reich autor que señala que el fin {ultimo del masoquismo consiste en la búsqueda de placer. Horney fue la primera en reconocer la función fundamental de los impulsos masoquista en la personalidad neurótica.

Cuál es la raíz de la perversión masoquismo y de los rasgos del carácter masoquista, respectivamente?

Tantos los impulsos masoquistas como los sádicos tienden a ayudar al individuo a evadirse de su insoportable sensación de soledad e impotencia.

El individuo descubre que es libre en el sentido negativo, es decir, que se halla solo con su yo frente a un mundo extraño y hostil.

Las formas asumidas por los impulsos masoquistas tienen un solo objetivos: librarse del yo individual, perderse; dicho con otras palabras librarse de la pesada carga de la libertad.

Puede fundarse ya sea en la fuerza real de otro individuo o bien en la convicción de la propia infinita impotencia e insuficiencia. Sentirse infinitamente pequeño y desamparado es uno de los medios para alcanzar tal fin; dejarse abrumar por el dolor y la agonía, es otro y un tercer camino es dejarse abandonarse a los efectos de la embriaguez. La fantasía del suicidio constituye la única esperanza cuando todos los demás no haya logrado la carga de la soledad. La solución masoquista es tan inadecuada como son las manifestaciones neuróticas. El individuo logra eliminar el sentimiento mas evidente pero no consigue suprimir el conflicto que se halla en su base, así como su silenciosa infelicidad.

El comportamiento humano puede ser motivado por el impulsos causado por la angustia o por algún otro estado síquico insoportable tales impulsos tratan de eliminar ese estado emocional, pero no consigue otra cosa que ocultar sus expresiones mas visibles, y a veces ni estos. Los impulsos tienen por causa el deseo de librarse de yo individual.

Los vínculos masoquismo son una forma de evasión de huida

La esencia del impulso sádico puede ser reducida a un impulso fundamental único. Lograr el dominio completo sobre otra persona, el de hacer de esta un objeto pasivo de la voluntad propia de constituirse en su dueño absoluto, su Dios; de hacer de ella todo lo que se quiere, humillar y esclavizar e infringir dolor

Parecería que el sadismo es opuesto al masoquismo porque sufrir es opuesto a dominar. Desde el punto de vista psicológica ambas tendencia constituyen el resultado de una necesidad básica única que surge de la incapacidad de soportar el aislamiento y la debilidad del propio yo.

Hay una simbiosis que se refiere a la unión de un yo individual con otro o a cualquier otro poder exterior al yo, unión que puede hacer perder a cada uno la integridad de su personalidad, haciéndolo recíprocamente dependientes.

El sádico necesita de su objeto como el masoquista no puede prescindir del suyo. Unos buscan la seguridad dejándose absorber y otras absorben a algún otro.

Hay una constante oscilación entre el papel activo y pasivo de esta simbiosis, resulta difícil determinar que aspecto se halla en función en un momento dado. En ambos casos se pierde la individualidad y la libertad.

En el sadismo esa hostilidad es generalmente más consiente y se expresa en la acción de una manera mas directa mientras que en el masoquismo la hostilidad es en gran parte inconsciente y busca una expresión indirecta. El sadismo no se identifica con la destructividad porque quiere dominar y por lo tanto sufre una perdida si su objeto desaparece y se mezcla con actitud amistosa con el objeto.

A menudo el sadomasoquismo se confunde con el amor. Los fenómenos masoquistas en particular son consideraciones como expresiones de amor (auto negación y entrega de derechos y pretensiones propias. En tales casos el amor es esencialmente un anhelo masoquista y se funda en la necesidad de simbiosis de la persona en cuestión.

Amor y masoquismos son opuestos. EL amor se funda de la igualdad y libertad no en la subordinación y pérdida de la integridad de una de las partes (dependencia masoquista)

El sadismo aparece con frecuencia bajo la apariencia de amor pero el factor esencial es el goce nacido del ejercicio del dominio.

En sentido psicológico el deseo de poder no se arraiga en la fuerza, sino en la debilidad. Es la expresión de la incapacidad del yo individual de mantenerse solo y subsistir.

La palabra poder tiene un doble sentido, uno se refiere a la posición del poder sobre alguien, otro al poder de hacer algo, de ser potente (dominio en el sentido de capacidad).

El poder en el sentido de dominación es la perversión de la potencia al igual que el sadismo sexual es la perversión del amor sexual.

La persona sadomasoquista se caracteriza por su peculiar actitud hacia la autoridad, la admira y tiende a someterse a ella, pero al mismo tiempo desea ser ella una autoridad y poder someter a los de demás.

El término de autoridad se refiere a una relación interpersonal en la que una persona se considera superior a otra.

La relación entre maestro y discípulo se funda en esta superioridad.

Cuando la superioridad tiene por función ser base de explotación, la distancia entre dos persona se hace con el tiempo cada vez mayor.

La situación psicológico es distinta en cada uno de las relaciones de autoridad en la primera prevalecen elementos de amor admiración o gratitud, la autoridad representa un ejemplo para identificarse. En la segunda se originan sentimiento de hostilidad y resentimiento en contra del explotador.

Placer y dolor

Generalmente los conceptos de placer y dolor son opuestos, se supone que si hay placer no puede haber dolor e inversamente. Pero también es un hecho establecido y el cual es considerado inmoral, que se puede llegar a sentir placer haciendo daño a otra persona sadismo o contemplando como sufre (lo que los alemanes denominan con la palabra Schadenfreude); inversamente, se puede obtener placer al sentir dolor en el caso del masoquismo.

También es sabido que, cuando se produce dolor, en mayor o menor medida se producen endorfinas que contrarrestan parte del dolor, en algún caso completamente. Por otra parte, el abuso reiterado de los placeres puede alienar, exclusivizar y mecanizar la conciencia humana causando diversos trastornos compulsivos de la conducta, como la ludopatía o las adicciones (la drogodependencia, el alcoholismo, el tabaquismo) o la ingesta compulsiva de alimentos.

El circo

Un circo es un espectáculo artístico, normalmente itinerante, que incluye a acróbatas, payasos, magos, adiestradores de animales y otros artistas. Es presentado en el interior de una gran carpa que cuenta con pistas y galerías de asientos para el público. Las pistas de los circos suelen ser áreas circulares donde se presentan las funciones.

En la actualidad existen circos estables y fijos geográficamente, y algunos de éstos no poseen actos que incluyan animales, pero en muchas ocasiones el circo continúa con su carácter pasajero, lo cual puede ser anunciado por un desfile, avisando que el circo va llegando al poblado.

Hoy en día las artes circenses no son únicas de las pistas del circo, sino que también son empleos y sub-empleos desempeñados en otros lugares, dígase en las avenidas de una ciudad.

En Argentina se dio una variante de este género artístico, denominada «circo criollo» (Los historiadores afirman que el circo criollo fue el primer espectáculo que puso en juego algo de la identidad sudamericana, por haber sido el primero que dejó de imitar las artes provenientes de Europa. Se caracteriza por tener dos partes, la primera de habilidades y la segunda de actuación (el drama criollo). El primer y más famoso drama es el titulado "Juan Moreira", que representa la historia del gaucho perseguido por la ley, tema anteriormente tratado por José Hernández en Martín Fierro.) Surgida entre 1840 y 1866 en los alrededores de la ciudad de Buenos Aires, difundió principalmente el género gauchesco a través de danzas y canciones.

El circo representa una importante parte de la cultura humana, una noble empresa construida a lo largo de muchos siglos, prácticamente desde que el hombre empezó a registrar sus hazañas, sus descubrimientos, sus ideas, sus creencias, resumiendo, su cultura (Eduardo Murillo en Jané et al, 1994: 35).

Antes de continuar, conviene mencionar que la acrobacia, así como el malabarismo, el contorsionismo, y otras prácticas corporales que actualmente se asocian al universo circense, son expresiones humanas (prácticas) anteriores a los propios conceptos de Circo o de Artes del Circo (CNAC, 1998: 40).

Nuestro primer paso por la trayectoria histórica del Circo, se remonta el legado cultural dejado por algunas de las civilizaciones antiguas, desde el lejano oriente (China, Mongolia, India, etc.), hasta el occidente próximo (Grecia, Roma, Egipto, etc.). En estas sociedades, aproximadamente 3.000 años atrás, algunas de las actividades que hoy relacionamos como parte del contenido circense, como la acrobacia, el contorsionismo o el equilibrismo, tenían una utilidad altamente relacionada con la preparación de guerreros, con los rituales religiosos y con las prácticas festivas (Viveiro de Castro, 1998).

De acuerdo con los antropólogos Blanchard y Cheska (1986: 67), la práctica de la acrobacia se remonta a la cultura mesopotámica, con un pasado de más de 3.000 años. En ese momento, según estos autores, el acróbata competía «consigo mismo, con las fuerzas de la naturaleza y con sus propios compañeros de tribu» (op. cit.: 87).

Paralelamente en China, como informa la Federación China de Gimnasia (FCG, 1986: 2), el «arte acrobático», o simplemente la acrobacia, «tiene una historia milenaria», superior a los 2.000 años, conforme prueban los hallazgos arqueológicos. Según los apuntes de David Marfil (2004), unas de las pruebas más antiguas del la existencia del circo es un grafiti encontrado en Egipto en la tumba de Ben Hassan con fecha aproximada de 2040 a. C.

Tal y como señalan De Blas y Mateu (2000), en el antiguo oriente (3.000 años atrás aprox.), los malabaristas y acróbatas ya viajaban juntos en troupes, utilizando todo tipo de objetos, tales como armas (instrumentos típicos de las artes marciales), juguetes infantiles (diábolo, bastón del diablo), utensilios domésticos (jarrones de porcelana), que lanzaban y recibían con diferentes partes del cuerpo, por ejemplo.

Por otro lado, en Grecia, los gladiadores en su búsqueda particular por demostrar gran fuerza, realizaban juegos malabares con objetos de gran porte (en su mayoría pesados), como las ruedas de los carros, por ejemplo. En la cultura griega, y en otras del mismo período, las mujeres también «malabareaban», como se puede apreciar en algunas ánforas y jarrones griegos o en los grabados de las tumbas egipcias. Además, en otras civilizaciones antiguas, como la China y otras de la América Central y del Pacífico Sur, las mujeres también participaban de este tipo de actividades, como bien ilustra el famoso caso de las islas Tonga (Pacífico Sur), donde las niñas (solamente mujeres) hacían, y todavía hacen, malabarismos con grandes nueces denominadas tui tui, y donde el éxito de su acto malabarístico tiene consecuencias sociales importantes, respecto al matrimonio, a las posibilidades de ascensión social, etc. (op. cit.). Con los primeros viajes a América llegaron noticias de las costumbres indígenas, como en el caso de los Aztecas, especializados en el antipodismo (malabares con los pies), y los Shoshoni del Sur de California, donde los malabares hacían parte de los juegos de los niños como por ejemplo en carreras de velocidad mientras manipulaban tres pelotas (op. cit.).

Con todo, fueron los romanos que en la antigüedad dieron el nombre Circo a las actividades de entretenimiento, o mejor dicho, a los espectáculos públicos. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (1992: 480), circo era «el lugar reservado entre los romanos para algunos espectáculos, especialmente para las carreras de carros y caballos. Tenía comúnmente forma de paralelogramo prolongado, redondeado en uno de sus extremos, con gradas alrededor para los espectadores». Además de las carreras, en el circo romano, los desafíos concentraban los duelos de vida y muerte, entre hombres y animales, un concepto parecido al que tenemos en la actualidad (corridas de toros).

Tras la decadencia de estas civilizaciones antiguas, principalmente las occidentales, las artes corporales (teatro gestual, danza, gimnasia y circo) se «eclipsaron», perdiendo su interés entre la población. Posteriormente, en la Europa de la Edad Media, las artes corporales empezaron a recobrar su espacio, volviendo poco a poco a la realidad ciudadana. Pero fue en el Renacimiento, cuando los artistas circenses volvieron a tomar los pueblos, las calles de muchos países europeos, ampliando el status social de dicha cultura.

En la opinión de Coasne (2004: 41), el circo contemporáneo se caracteriza por una mezcla de prácticas, de las cuales podemos destacar la música, el teatro, la pantomima, la acrobacia, la gimnasia, etc. Se trata de un modelo artístico de circo, en el que la técnica está al servicio del arte, de la expresión.

El primer circo moderno fue inaugurado por Philip Astley en Londres, Inglaterra el 9 de enero de 1768.

El circo y la vulneración de derechos

Los derechos humanos y derechos de los animales han sido una parte integral de la evolución reciente de los circos y las artes circenses en general.

Por ejemplo, las deformaciones o condiciones especiales en animales o en humanos, eran parte de un espectáculo mórbido que, peyorativamente, se refería como fenómenos. Un caso famoso fue el del «Hombre elefante». Aunque vetados en muchas partes del mundo, en algunas otras, estos espectáculos continúan en una forma separada y paralela a algunas ferias o carnavales.

Respecto a los derechos de los animales no humanos, son numerosas las ONGs de defensa de los derechos de los animales, ciudadanos y colectivos sensibilizados en el tema, como el de veganos que critican duramente el trato que se le da a los animales que son empleados en algunos circos. Por ello, hacen campaña para pedir a la gente que no vaya a circos en los que se haga uso de animales. En España, dicha polémica cobró protagonismo al denunciarse el estado de lo animales en el circo del domador Ángel Cristo.

También se denuncia que conductas que en muchos circos se ven habitualmente, como los animales enjaulados que no paran de vueltas o los elefantes que mueven la cabeza de lado a lado continuamente, son muestras del trastornos psicológicos acarreados a estos animales por la vida en el circo. En países como Canadá, Suecia, Dinamarca y Bolivia, además de en diversas ciudades de otros, está prohibido por ello el uso de animales en los circos.

Los espectáculos eran de tipo religioso, lo cierto es que posteriormente derivó a lo que conocemos en la actualidad.
Todos los estudiosos de la época coinciden en que si había una herramienta de control de la plebe era sin duda alguna dos elementos de ocio: la primera, la celebración de banquetes para el pueblo, la otra los espectáculos gratuitos, bien en la arena del anfiteatro con la lucha de gladiadores o las carreras de cuadrigas en el circo, como la representación de obras en el teatro.

Todo ello conformaba el ocio romano, una necesidad que evadía a la plebe de los verdaderos problemas sociales y que servía al emperador como arma propagandística y de control de las insurrecciones populares. Un romano, fuera el más pobre como el más rico disponía de un lugar en las gradas del circo y por un momento esas diferencias económicas o sociales quedaban relegadas a un segundo lugar, porque frente a un espectáculo de esa magnitud todos formaban un único bloque.

No había romano ilustre que no hubiera celebrado un espectáculo a coste propio de mayor envergadura que el anterior, porque de eso se trataba... los juegos significaban poder y la estimación temporal de la plebe, muy útil cuando ésta decidía en el senado, y muy importante cuando de ello dependía el status social. No importaba el coste, porque ese era un control absoluto de la masa.

Julio Cesar no se conformó con ofrecer espectáculos de gladiadores sino que incluyó batallas navales que se celebraban en el circo, con un proceso de ingeniería que permitía inundar la arena.

Así era un romano... podía dar el poder a quién más le ofreciera.
Eso se perpetuó durante los siglos posteriores así pues encontramos un nutrido grupo de emperadores que ejercieron su imperium no en el senado sino en el anfiteatro, uno de los casos más claros fue sin duda Cómodo, hijo de Marco Aurelio, que ante su incompetencia como emperador dio a Roma lo que quería, cientos de días de fiestas que incluían espectáculos diarios de luchas de gladiadores y de matanzas de fieras (tigres, osos, leones, etc...), es bien conocido que él mismo era un amante de ese género e incluso se dice que el emperador luchaba como gladiador en algunos de sus espectáculos, pero todo ello sacado de las arcas imperiales con lo que un emperador derrochador significaba que el heredero debía recuperar lo perdido para nivelar las arcas. No todos fueron amantes de estos espectáculos pero todos sabían de su importancia, por ello hasta el más austero de los emperadores ofreció juegos a la plebe.

Vespasiano sabía de la necesidad de ofrecer a la ciudad más importante del imperio un lugar de ocio digno de su estatus, por ello mandó construir el mayor anfiteatro conocido y el mas popular en la actualidad como símbolo de Roma:

El coliseo.
Este prodigio de ingeniería romana se inauguró bajo el mandato de su hijo Tito y fue una de las más colosales construcciones de la época, para su inauguración se dedicaron 100 días de juego y espectáculos de fieras (llamadas venationes). Fue construido entre los años 72-80 dc, su aforo era de 55.000 espectadores distribuidos en 4 niveles de gradas y estaba construido de mármol, piedra, hormigón, cal, ceniza volcánica, barro y arena.
Sus dimensiones 188m de largo x 156m de ancho x 60 m de alto. La arena medía 86m en su eje longitudinal y 54 en el transversal.
Sus dimensiones 188m de largo x 156m de ancho x 60 m de alto. La arena medía 86m en su eje longitudinal y 54 en el transversal.
El coliseo estaba realizado de tal manera que la salida y la entrada fuera rápida, para ello se habilitaron 80 arcadas de acceso a las gradas.
Para resguardarse del sol se hizo construir un toldo que protegía la totalidad de las gradas decorados con diferentes motivos.
Las arcadas exteriores incluían estatuas de dioses y héroes.
Bajo la arena del anfiteatro había un laberinto de entradas y salidas, poleas y montacargas accionados que permitían elevar a los animales y a los propios gladiadores para mayor espectacularidad y delirio de los presentes.
Los emperadores y personajes relevantes estaban situados frente a la arena protegidos por un muro, en las gradas a izquierda y derecha del palco imperial se situaban senadores, y personas ilustres. Las gradas intermedias estaban preparadas para asistentes masculinos y las últimas para mujeres y esclavos.

Las escuelas de gladiadores se impusieron por todo el imperio, de norte a sur y de este a oeste, tanto fue así que se construyeron anfiteatros en todas las ciudades conquistadas e incluyéndose en el estilo de vida de sus habitantes. Los gladiadores aunque profesionales provenían de las clases menos favorecidas podían ser esclavos, mercenarios de guerra, e incluso ciudadanos que sin recursos optaban por esta vía para intentar ganar algo de dinero, hay que tener en cuenta que a pesar de que fueran de un estatus bajo el gladiador que por sus dotes de lucha fuera reconocido se convertía en un personaje aclamado por la masa, y por ello recibía compensaciones económicas de gran valor ofrecidas incluso por el mismo emperador, asimismo se convertían en objeto de culto y sus logros quedaban reconocidos en mosaicos y estatuas erigidas en su honor. Pocos fueron los que lograron este fin pues la gran mayoría moría en la arena, pero en numerosos mosaicos localizados en el norte de África encontramos sus nombres y sus logros, permitiéndonos tener una idea de lo que significaron.

Otro de los nombres que más resuenan es el de Espartaco, efectivamente fue un gran gladiador pero no se le reconocen sus méritos por la arena del circo sino por la lucha que entabló con Roma para proclamar la libertad de los esclavos. Logró escapar y reunir a miles de personas que siguieron su causa, de hecho mantuvo en jaque a la república por sus dotes de mando y su capacidad de captación y lucha, no obstante su gesta en pro de la libertad fue aplastada por Craso, convirtiéndolo en un ídolo de la esclavitud y en un referente para los que estaban privados de la ciudadanía.

Ante el dolor de los demás”

«Aquí, sobre la mesa, tenemos las fotografías», escribe Woolf del experimento mental que le propone al lector y al espectral abogado, el cual es ya bastante eminente, como señala, para ostentar tras su nombre las iniciales J. R., Jurisconsulto Real, y podría o no tratarse de una persona verdadera.

Imagínese entonces extendidas las fotografías sueltas sacadas de un sobre que llegó en el correo matutino. Muestran los cuerpos mutilados de niños y adultos. Muestran cómo la guerra expulsa, destruye, rompe y allana el mundo construido. «Una bomba ha derribado un lado», escribe Woolf de la casa en una de las fotos. El paisaje urbano, sin duda, no está hecho de carne. Con todo, los edificios cercenados son casi tan elocuentes como los cuerpos en la calle. (Kabul, Sarajevo, Mostar Oriental, Grozny, seis hectáreas del sur de Manhattan después del 11 de septiembre de 2001, el campo de refugiados de Yenín...) Mira, dicen las fotografías, así es. Esto es lo que hace la guerra. Y aquello es lo que hace, también. La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa. La guerra abrasa. La guerra desmembra. La guerra arruina.

No condolerse con estas fotos, no retraerse ante ellas, no afanarse en abolir lo que causa semejante estrago, carnicería semejante: para Woolf ésas serían las reacciones de un monstruo moral. Y afirma: no somos monstruos, somos integrantes de la clase instruida. Nuestro fallo es de imaginación, de empatía: no hemos sido capaces de tener presente esa realidad.

Las imágenes que Woolf ha evocado no muestran de hecho lo que hace la guerra, la guerra propiamente dicha. Muestran un modo específico de emprenderla, un modo que en esa época se calificaba rutinariamente de «bárbaro», y en la cual el blanco son los ciudadanos

Las fotografías de cuerpos mutilados sin duda pueden usarse del modo como lo hace Woolf, a fin de vivificar la condena a la guerra, y acaso puedan traer al país, por una temporada, parte de su realidad a quienes no la han vivido nunca. Sin embargo, quien acepte que en un mundo dividido como el actual la guerra puede llegar a ser inevitable, e incluso justa, podría responder que las fotografías no ofrecen prueba alguna, ninguna, para renunciar a la. Guerra; salvo para quienes los conceptos de valentía y sacrificio han sido despojados de su sentido y credibilidad. La índole destructiva de la guerra —salvo la destrucción total, que no es guerra sino suicidio— no es en sí misma un argumento en contra de la acción bélica a menos que se crea (y en efecto pocas personas lo creen en verdad) que la violencia siempre es injustificable, que la fuerza está mal siempre y en toda circunstancia; mal porque, como afirma Simone Weil en un ensayo sublime sobre la guerra, La «Ilíada» o el poema de la fuerza (1940), la violencia convierte en cosa a quien está sujeto a ella.* No —replican quienes en una situación dada no ven alternativa al conflicto armado—, la violencia puede exaltar a alguien subyugado y convertirlo en mártir o en héroe.

De hecho, son múltiples los usos para las incontables oportunidades que depara la vida moderna de mirar —con distancia, por el medio de la fotografía— el dolor de otras personas. Las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas. Una llamada a la paz. Un grito de venganza. O simplemente la confundida conciencia, repostada sin pausa de información fotográfica, de que suceden cosas terribles

Ser espectador de calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad, la ofrenda acumulativa de más de siglo y medio de actividad de esos turistas especializados y profesionales llamados periodistas. Las guerras son ahora también las vistas y sonidos de las salas de estar. La información de lo que está sucediendo en otra parte, llamada «noticias», destaca los conflictos y la violencia —«si hay sangre, va en cabeza», reza la vetusta directriz de la prensa sensacionalista y de los programas de noticias que emiten titulares las veinticuatro horas—, a los que se responde con indignación, compasión, excitación o aprobación, mientras cada miseria se exhibe ante la vista.

En la actualidad sabemos lo que ocurre todos los días a lo largo y ancho del mundo..., las descripciones que ofrecen los periodistas de los diarios son como si colocaran a los agonizantes de los campos de batalla ante la vista del lector [de periódicos] y los gritos resonaran en sus oídos...

La guerra que Estados Unidos libró en Vietnam, la primera que atestiguaron día tras día las cámaras de televisión, introdujo la teleintimidad de la muerte y la destrucción en el frente interno. Desde entonces, las batallas y las masacres rodadas al tiempo que se desarrollan han sido componente rutinario del incesante caudal de entretenimiento doméstico de la pequeña pantalla. Crear en la conciencia de los espectadores, expuestos a dramas de todas partes, un mirador para un conflicto determinado, precisa de la diaria transmisión y retransmisión de retazos de las secuencias sobre ese conflicto. El conocimiento de la guerra entre la gente que nunca la ha vivido es en la actualidad producto sobre todo del impacto de estas imágenes.

El conjunto de imágenes incesantes (la televisión, el vídeo continuo, las películas) es nuestro entorno, pero a la hora de recordar, la fotografía cala más hondo. La memoria congela los cuadros; su unidad fundamental es la imagen individual. En una era de sobrecarga informativa, la fotografía ofrece un modo expedito de comprender algo y un medio compacto de memorizarlo. La fotografía es como una cita, una máxima o un proverbio. Cada cual almacena mentalmente cientos de fotografías, sujetas a la recuperación instantánea.

Es una imagen perturbadora, y de eso se trata. Reclutadas a la fuerza como parte del periodismo, se confiaba en que las imágenes llamaran la atención, sobresaltaran, sorprendieran. Así lo indicaba el viejo lema publicitario de París Match, revista fundada en 1949: «El peso de las palabras, la conmoción de las fotos». La búsqueda de imágenes más dramáticas (como a menudo se las califica) impulsa la empresa fotográfica, y es parte de la normalidad de una cultura en la que la conmoción se ha convertido en la principal fuente de valor y estímulo del consumo. «La belleza será convulsiva o no será», proclamó André Bretón. Llamó «surrealista» a este ideal estético, pero en una cultura radicalmente renovada por el predominio de los valores mercantiles, pedir que las imágenes sean desapacibles, vociferantes, reveladoras parece elemental realismo así como buen sentido empresarial. ¿De qué otro modo se llama la atención sobre el producto o arte propios? ¿De qué otro modo se hace mella cuando hay una incesante exposición a las imágenes, y una sobreexposición a un puñado de imágenes vistas una y otra vez? La imagen como conmoción y la imagen como cliché son dos aspectos de la misma presencia

Desde que se inventaron las cámaras en 1839, la fotografía ha acompañado a la muerte. Puesto que la imagen producida con una cámara es, literalmente, el rastro de algo que se presenta ante la lente, las fotografías eran superiores a toda pintura en cuanto evocación de los queridos difuntos y del pasado desaparecido.

Hacer fotos cobró una inmediatez y una autoridad mayor que la de cualquier relato verbal en cuanto a su transmisión de la horrible fabricación en serie de la muerte

Las fotografías tenían la virtud de unir dos atributos contradictorios. Su crédito de objetividad era inherente. Y sin embargo tenían siempre, necesariamente, un punto de vista. Eran el registro de lo real —incontrovertibles, como no podía llegar a serlo relato verbal alguno pese a su imparcialidad— puesto que una máquina estaba registrándola. Y ofrecían testimonio de lo real, puesto que una persona había estado allí para hacerlas.

Las fotografías, asegura Woolf, «no son un argumento; son simplemente la burda expresión de un hecho dirigida a la vista». La verdad es que no son «simplemente» nada, y sin duda ni Woolf ni nadie las consideran meros hechos. Pues, como añade de inmediato, «la vista está conectada con el cerebro; el cerebro con el sistema nervioso. Ese sistema manda sus mensajes en un relampagueo a los recuerdos del pasado y a los sentimientos presentes»

En la fotografía de atrocidades la gente quiere el peso del testimonio sin la mácula del arte,

Las fotografías menos pulidas son recibidas no sólo como si estuvieran dotadas de una especial autenticidad, algunas pueden competir con las mejores, así de potestativas son las normas de una foto elocuente y memorable.

Por lo general, si media alguna distancia del tema, lo que una fotografía «dice» se puede interpretar de diversos modos.

Las fotografías que Woolf recibió fueron tratadas como una ventana abierta a la guerra: vistas transparentes de su tema.

Los sitios memorables del sufrimiento que documentaron admirados fotógrafos en los cincuenta, sesenta y principios de los setenta estaban sobre todo en Asia y África: las víctimas de la hambruna en la India que fotografió Werner Bischof, las fotos de las víctimas de la guerra y la hambruna en Biafra de Don McCullin, las fotografías de las víctimas de la contaminación letal en una aldea japonesa de pescadores de W. Eugene Smith. Las hambrunas indias y africanas no fueron meros desastres «naturales»; habrían podido evitarse; eran crímenes de enorme magnitud.

A excepción de Europa en la actualidad, la cual ha reclamado el derecho a no optar por la guerra, sigue siendo tan cierto como antaño que la mayoría de las personas no pondrán en entredicho las racionalizaciones que les ofrece su Gobierno para comenzar o continuar un conflicto. Se precisan circunstancias muy peculiares para que una guerra sea verdaderamente impopular. (La perspectiva de morir a manos de otro no es necesariamente una de ellas.) Cuando así ocurre, el material que reúnen los fotógrafos, el cual en su opinión puede desenmascarar el conflicto, es de gran utilidad. A falta de protestas, acaso se interprete que la misma fotografía contra la guerra es una muestra de patetismo o de heroísmo, de admirable heroísmo, en un conflicto inevitable que sólo puede concluir con la victoria o la derrota. Las intenciones del fotógrafo no determinan la significación de la fotografía, que seguirá su propia carrera, impulsada por los caprichos y las lealtades de las diversas comunidades que le encuentren alguna utilidad.

La iconografía del sufrimiento es de antiguo linaje. Los sufrimientos que más a menudo se consideran dignos de representación son los que se entienden como resultado de la ira, humana o divina. (El sufrimiento por causas naturales, como la enfermedad o el parto, no está apenas representado en la historia del arte; el que causan los accidentes no lo está casi en absoluto: como si no existiera el sufrimiento ocasionado por la inadvertencia o el percance.) El grupo escultórico de Laoconte y sus hijos debatiéndose, las incontables versiones pintadas o esculpidas de la Pasión de Cristo y el inagotable catálogo visual de las desalmadas ejecuciones de los mártires cristianos, sin duda están destinados a conmover y a emocionar, a ser instrucción y ejemplo. El espectador quizá se conmisere del dolor de quienes lo padecen —y, en el caso de los santos cristianos, se sienta amonestado o inspirado por una fe y fortaleza modélicas—, pero son destinos que están más allá de la lamentación o la impugnación.

Al parecer, la apetencia por las imágenes que muestran cuerpos dolientes es casi tan viva como el deseo por las que muestran cuerpos desnudos.

Las crueldades macabras en Los desastres de la guerra pretenden sacudir, indignar, herir al espectador

Las imágenes de los sufrimientos padecidos en la guerra se difunden de manera tan amplia en la actualidad que es fácil olvidar cuán recientemente tales imágenes se convirtieron en lo que se esperaba de fotógrafos notables. A lo largo de la historia los fotógrafos han ofrecido imágenes en general favorables al oficio del guerrero y a las satisfacciones que depara entablar una guerra o continuar librándola. Si los gobiernos se salieran con la suya, la fotografía de guerra, como la mayor parte de la poesía bélica, fomentaría el sacrificio de los soldados.

Captar una muerte cuando en efecto está ocurriendo y embalsamarla para siempre es algo que sólo pueden hacer las cámaras, y las imágenes, obra de fotógrafos en el campo, del momento de la muerte (o justo antes) están entre las fotografías de guerra más celebradas y a menudo más publicadas

Más perturbadora resulta la ocasión de ver a personas ya enteradas de que se las ha condenado a muerte: el alijo de seis mil fotografías realizadas entre 1975 y 1979 en una prisión clandestina situada en el antiguo instituto de bachillerato de Tuol Sleng, un barrio a las afueras de Phnom Penh, la casa de la muerte de más de catorce mil camboyanos acusados de ser «intelectuales» o «contrarrevolucionarios»; la documentación de aquella atrocidad es cortesía de los archiveros de los jemeres rojos, los cuales sentaron a cada persona para retratarla justo antes de su ejecución.* Una selección de estas fotos en un libro titulado The Killing Fields [Los campos de la matanza] hace posible devolver la mirada, decenios después, a los rostros que fijan los ojos en la cámara, y por lo tanto en nosotros. Y el espectador se encuentra en la misma posición que el lacayo tras la cámara; la vivencia es nauseabunda.

Cuanto más remoto o exótico el lugar, tanto más expuestos estamos a ver frontal y plenamente a los muertos y moribundos. Así, el África poscolonial está presente en la conciencia pública general del mundo rico —además de su música cachonda— sobre todo como una sucesión de inolvidables fotografías de víctimas de ojos grandes: desde las figuras hambrientas en los campos de Biafra a finales de los sesenta, hasta los supervivientes del genocidio de casi un millón de tutsis ruandeses en 1994 y, unos años después, los niños y adultos con las extremidades cercenadas durante el programa de terror masivo conducido por las RUF, las fuerzas rebeldes de Sierra Leona. (Las más recientes son las fotografías de familias enteras de aldeanos indigentes que mueren de sida.) Estas escenas portan un mensaje doble. Muestran un sufrimiento injusto, que mueve a la indignación y que debería ser remediado. Y confirman que cosas como ésas ocurren en aquel lugar. La ubicuidad de aquellas fotografías, y de aquellos horrores, no puede sino dar pábulo a la creencia de que la tragedia es inevitable en las regiones ignorantes o atrasadas del mundo; es decir, pobres.

Que un sangriento paisaje de batalla pudiera ser bello —en el registro sublime, pasmoso o trágico de la belleza— es un lugar común de las imágenes bélicas que realizan los artistas. La idea no cuadra bien cuando se aplica a las imágenes que toman las cámaras: encontrar belleza en las fotografías bélicas parece cruel. Pero el paisaje de la devastación sigue siendo un paisaje. En las ruinas hay belleza. Reconocerla en las fotografías de las ruinas del World Trade Center en los meses que siguieron al atentado parecía frívolo, sacrílego. Lo más que se atrevía a decir la gente era que las fotografías eran «surrealistas», un eufemismo febril tras el cual se ocultó la deshonrada noción de la belleza. Pero eran hermosas, muchas de ellas: de fotógrafos veteranos como Gilles Peress, Susan Meiselas y Joel Meyerowitz, entre otros. El solar mismo, el cementerio masivo que recibió el nombre de Zona Cero, era desde luego cualquier cosa menos bella. Las fotografías tienden a transformar, cualquiera que sea su tema; y en cuanto imagen, algo podría ser bello —aterrador, intolerable o muy tolerable— y no serlo en la vida real.

Lo que hace el arte es transformar, pero la fotografía que ofrece testimonio de lo calamitoso y reprensible es muy criticada si parece «estética», es decir, si se parece demasiado al arte. Los poderes duales de la fotografía —la generación de documentos y la creación de obras de arte visual— han originado algunas notables exageraciones sobre lo que los fotógrafos deben y no deben hacer. Últimamente, la exageración más común es la que tiene a estos poderes por opuestos. Las fotografías que representan el sufrimiento no deberían ser bellas, del mismo modo que los pies de foto no deberían moralizar. Siguiendo este criterio, una fotografía bella desvía la atención de la sobriedad de su asunto y la dirige al medio mismo, por lo que pone en entredicho el carácter documental de la imagen. La fotografía ofrece señales encontradas. Paremos esto, nos insta. Pero también exclama: ¡Qué espectáculo!*

Las fotografías objetivan: convierten un hecho o una persona en algo que puede ser poseído. Y las fotografías son un género de alquimia, por cuanto se las valora como relato transparente de la realidad.

A menudo algo se ve, o da la impresión de que se ve, «mejor» en una fotografía. En efecto, una de las funciones de la fotografía es el mejoramiento de la normal apariencia de las cosas. (Por eso siempre nos decepciona un retrato que no nos favorece.) El embellecimiento es una clásica operación de la cámara y tiende a depurar la respuesta moral ante lo mostrado. El afeamiento, mostrar de algo su peor aspecto, es una función más moderna: didáctica, incita una respuesta activa. Para que las fotografías denuncien, y acaso alteren, una conducta, han de conmocionar.

Supongamos que sea cierto. Pero cabe preguntarse, ¿por cuánto tiempo? ¿La conmoción tiene plazo limitado? Hoy día los fumadores en Canadá se retuercen de asco, si en efecto miran tales fotos. ¿Seguirán perturbando a los que aún fumen dentro de cinco años? La conmoción puede volverse corriente. La conmoción puede desaparecer. Y aunque no ocurra así, se puede no mirar. La gente tiene medios para defenderse de lo que la perturba; en este caso, información desagradable para los que quieren seguir fumando. Esto parece normal, es decir, adaptación. Al igual que se puede estar habituado al horror de la vida real, es posible habituarse al horror de unas imágenes determinadas.

Las fotografías de lo atroz ilustran y también corroboran. Sorteando las disputas sobre el número preciso de muertos (a menudo la cantidad se exagera al principio), la fotografía ofrece la muestra indeleble. La función ilustrativa de las fotografías deja intactas las opiniones, los prejuicios, las fantasías y la desinformación.

El conocimiento de determinadas fotografías erige nuestro sentido del presente y del pasado inmediato. Las fotografías trazan las rutas de referencia y sirven de tótem para las causas: es más probable que los sentimientos cristalicen ante una fotografía que ante un lema. Y las fotografías ayudan a erigir —y a revisar— nuestro sentido del pasado más lejano, con las conmociones póstumas tramadas gracias a la circulación de fotografías hasta entonces desconocidas. Las fotografías que todos reconocemos son en la actualidad parte constitutiva de lo que la sociedad ha elegido para reflexionar, o declara que ha elegido para reflexionar. Denomina a estas ideas «recuerdos», y esto es, a la larga, mera ficción. En sentido estricto no existe lo que se llama memoria colectiva: es parte de la misma familia de nociones espurias, como la culpa colectiva. Pero sí hay instrucción colectiva.

Toda memoria es individual, no puede reproducirse, y muere con cada persona. Lo que se denomina memoria colectiva no es un recuerdo sino una declaración: que esto es importante y que ésta es la historia de lo ocurrido, con las imágenes que encierran la historia en nuestra mente. Las ideologías crean archivos probatorios de imágenes, imágenes representativas, las cuales compendian ideas comunes de significación y desencadenan reflexiones y sentimientos predecibles. Las consabidas fotografías de cartel —la nube en forma de hongo de una prueba atómica, Martin Luther King Jr. al pronunciar un discurso frente al monumento a Lincoln en Washington D.C., el astronauta que camina en la Luna— son los equivalentes visuales de los eslóganes incesantes en los medios. Conmemoran, de un modo no menos palmario que los sellos de correos, Momentos Históricos Importantes; y en efecto, las fotografías triunfalistas (salvo la de la bomba atómica) se convierten en sellos de correos. Por fortuna no hay una sola foto que identifique los campos de la muerte nazis.

Las fotografías pavorosas no pierden inevitablemente su poder para conmocionar. Pero no son de mucha ayuda si la tarea es la comprensión. Las narraciones pueden hacernos comprender. Las fotografías hacen algo más: nos obsesionan. Considérese una de las inolvidables imágenes de la guerra en Bosnia, una fotografía de la cual escribió el corresponsal extranjero del The New York Times, John Kifner: «La imagen es escueta, una de las más perdurables de la guerra de los Balcanes: un miliciano serbio a punto de dar un puntapié a la cabeza de una musulmana moribunda. Eso dice todo lo que hace falta saber». Pero desde luego que no nos dice todo lo que hace falta saber.

Recordar es, cada vez más, no tanto recordar una historia sino ser capaz de evocar una imagen.

Se puede sentir una obligación de mirar fotografías que registran grandes crueldades y crímenes. Se debería sentir la obligación de pensar en lo que implica mirarlas, en la capacidad real de asimilar lo que muestran. No todas las reacciones a estas imágenes están supervisadas por la razón y la conciencia Todas las imágenes que exponen la violación de un cuerpo atractivo son, en alguna medida, pornográficas. Pero las imágenes de lo repulsivo pueden también fascinar. Se sabe que no es la mera curiosidad lo que causa las retenciones del tráfico en una autopista cuando se pasa junto a un horrendo accidente de automóvil. También, para la mayoría, es el deseo de ver algo espeluznante. Calificar esos deseos como «mórbidos» evoca una rara aberración, pero el atractivo de esas escenas no es raro y es fuente perenne de un tormento interior.

En efecto, la primera vez que se reconoce (hasta donde estoy enterada) la atracción ejercida por los cuerpos mutilados, se encuentra en una descripción fundadora del conflicto mental. Es un pasaje del libro cuarto de La República, en el que el Sócrates de Platón describe cómo un deseo indigno puede ofuscar nuestra razón, lo cual lleva al ser a encolerizarse con una parte de su naturaleza. ). «No hay espectáculo buscado con mayor avidez que el de una calamidad rara y penosa.» William Hazlitt, en su ensayo sobre el Yago de Shakespeare y la atracción que ejerce la vileza en el escenario, se pregunta: «¿Por qué siempre leemos en los periódicos las informaciones sobre incendios espantosos y asesinatos horribles?», y responde: porque el «amor a la maldad», el amor a la crueldad, es tan natural en los seres humanos como la simpatía.

La visión del sufrimiento, del dolor de los demás, arraigada en el pensamiento religioso, es la que vincula el dolor al sacrificio, el sacrificio a la exaltación: una visión que no podría ser más ajena a la sensibilidad moderna, la cual tiene al sufrimiento por un error, un accidente o bien un crimen. Algo que debe ser reparado. Algo que debe rechazarse. Algo que nos hace sentir indefensos.

¿Qué se hace con el saber que las fotografías aportan del sufrimiento lejano? Las personas son a menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca. {Hospital, la película de Frederick Wiseman, es un documento arrollador sobre este asunto.) Aunque se les incite a ser voyeurs —y posiblemente resulte satisfactorio saber que Esto no me está ocurriendo a mí, No estoy enfermo, No me estoy muriendo, No estoy atrapado en una guerra— es al parecer normal que las personas eviten pensar en las tribulaciones de los otros, incluso de los otros con quienes sería fácil identificarse.

La gente puede retraerse no sólo porque una dieta regular de imágenes violentas la ha vuelto indiferente, sino porque tiene miedo. Como todos han advertido, hay un creciente grado de violencia y sadismo admitidos en la cultura de masas: en las películas, la televisión, las historietas, los juegos de ordenador. Las imágenes que habrían tenido a los espectadores encogidos y apartándose de repugnancia hace cuarenta años, las ven sin pestañear siquiera todos los adolescentes en los multicines. En efecto, la mutilación es más entretenida que sobre-cogedora para muchas personas en la mayoría de las culturas modernas. Pero no toda la violencia se mira con el mismo desapego. A efectos irónicos, algunos desastres son mejores temas que otros Porque no parece que una guerra, cualquier guerra, vaya a poder evitarse, la gente responde menos a los horrores. La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita. La pregunta es qué hacer con las emociones que han despertado, con el saber que se ha comunicado. Si sentimos que no hay nada que «nosotros» podamos hacer— pero ¿quién es ese «nosotros»?— y nada que «ellos» puedan hacer tampoco —y ¿quiénes son «ellos»?— entonces comenzamos a sentirnos aburridos, cínicos y apáticos. La gente no se curte ante lo que se le muestra —si acaso ésta es la manera adecuada de describir lo que ocurre— ni por la cantidad de imágenes que se le vuelcan encima. La pasividad es lo que embota los sentimientos. Los estados que se califican como apatía, anestesia moral o emocional, están plenos de sentimientos: los de la rabia y la frustración. Pero si consideramos qué emociones serían deseables resulta demasiado simple optar por la simpatía. La imaginaria proximidad del sufrimiento infligido a los demás que suministran las imágenes insinúa que hay un vínculo a todas luces falso, entre quienes sufren remotamente —vistos de cerca en la pantalla del televisor— y el espectador privilegiado, lo cual es una más de las mentiras de nuestras verdaderas relaciones con el poder. Siempre que sentimos simpatía, sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento. Nuestra simpatía proclama nuestra inocencia así como nuestra ineficacia. En esa medida puede ser una respuesta impertinente, si no inadecuada (a pesar de nuestras buenas intenciones). Apartar la simpatía que extendemos a los otros acosados por la guerra y la política asesina a cambio de una reflexión sobre cómo nuestros privilegios están ubicados en el mismo mapa que su sufrimiento, y pueden estar vinculados —de maneras que acaso prefiramos no imaginar—, del mismo modo como la riqueza de algunos quizás implique la indigencia de otros, es una tarea para la cual las imágenes dolorosas y conmovedoras sólo ofrecen el primer estímulo.

La primera idea es que la atención pública está guiada por las atenciones de los medios: lo que denota, de modo concluyente, imágenes. Cuando hay fotografías la guerra se vuelve «real». De ahí que las imágenes movilizaran la protesta contra la guerra de Vietnam. La impresión de que algo debía hacerse en cuanto a la guerra en Bosnia, se formó a partir de la atención de los periodistas —«el efecto CNN», se le llamó a veces—, los cuales llevaron imágenes de una Sarajevo sitiada a cientos de millones de salas de estar noche tras noche durante más de tres años. Estos ejemplos ilustran la influencia decisiva de las fotografías en la determinación de las catástrofes y crisis a las cuales prestamos atención, qué nos preocupa y qué evaluaciones corresponden a estos conflictos en última instancia.

La segunda idea —la cual podría parecer contraria a la que se acaba de describir— es que en un mundo no ya saturado, sino ultrasaturado de imágenes, las que más deberían importar tienen un efecto cada vez menor: nos volvemos insensibles. En última instancia tales imágenes sólo nos incapacitan un poco más para sentir, para que nos remuerda la conciencia.

Bibliografía:

«US to transfer Abu Ghraib prisoners». Fairfax Digital (2006). Consultado el 2006-03-11.

Nancy A. Youssef, McClatchy Newspapers,Abu Ghraib no longer houses any prisoners, Iraqi officials say 26/08/2006 en edición digital

Associated Press,Inmates transferred out of Abu Ghraib as coalition hands off control, 3/09/2006 en ed. digital

J.M. Calvo, El País, El "halcón" derribado. Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, es la principal baja política de la guerra, 10/11/2006, Disponible el 25/11/2006 en El País.com

El País, El destituido jefe del Pentágono, demandado por crímenes de guerra, 25/11/2006 en El País.com

Agencia France Press, Un grupo de abogados demanda a Rumfsfeld en Alemania, 14/11/2006, en Yahoo News

Tortura en Abu Ghraib

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Sobre las imágenes Susan Sontag Edhasa.

La fotografía y la guerra © Susan Sontag, 2004. Traducción: Aurelio Major

La fotografía: breve suma© S. S. o Wylie Agency. Tomado de la revista "El Malpensante"

Ante el dolor de los demás. Susan Sontang

Anexo:

Susan Sontag (Nueva York, 16 de enero de 1933 - Nueva York, 28 de diciembre de 2004) fue una novelista y ensayista estadounidense. Aunque se dedicó principalmente a su carrera literaria y ensayística, ejerció la docencia o dirigió películas y obras teatrales.

Antiguo edificio editorial de un diario de Sarajevo. Sontag vivió varios meses en Sarajevo durante el asedio, en los que dirigió la representación de la obra Esperando a Godot en un teatro de Sarajevo.

Sontag, que recibió al nacer el nombre de Susan Rosenblatt, nació en Nueva York. Fue hija de Jack Rosenblatt y Mildred Jacobsen, ambos judíos estadounidenses. Su padre se dedicaba al negocio de comercio de pieles en China, donde falleció a causa de la tuberculosis cuando Susan contaba con cinco años de edad. Siete años después su madre contrajo matrimonio con Nathan Sontag, y desde ese momento Susan y su hermana Judith adoptaron el apellido de su padrastro.

Sontag se crió en Tucson (Arizona) y posteriormente en Los Ángeles, donde se graduó en la North Hollywood High School, a la edad de 15 años. Prosiguió estudios en universidades como la de Berkeley, Chicago, Paris y Harvard.

Durante su estancia en Chicago, a la edad de 17 años, Sontag contrajo matrimonio con Philip Rieff, tras un noviazgo de tan sólo diez días. La pareja tuvo un hijo, David Rieff, quien se convertiría posteriormente en el editor de su madre en la editorial Farrar Straus and Giroux. El matrimonio entre Sontag y Riff tuvo una duración de ocho años, tras los cuales se divorciaron en 1958.

Los últimos años de su vida mantuvo una relación sentimental con la fotógrafa Annie Leibovitz.

Sontag falleció el 28 de diciembre de 2004, en el hospital Memorial Sloan Kettering de Nueva York, a la edad de 71 años, debido a complicaciones de un síndrome mielodisplásico que desembocó en una leucemia mielógena aguda. El origen de la leucemia fue probablemente la radioterapia recibida casi tres décadas antes, empleada para la curación de un avanzado cáncer de mama que sufrió cuando tenía 43 años.

Está sepultada en el cementerio parisino de Montparnasse.

Se dio a conocer con una recopilación de ensayos y artículos, Contra la interpretación (1964), a la que siguieron los ensayos Estilos radicales (1969), Sobre la fotografía (1975), La enfermedad y sus metáforas (1978), Bajo el signo de Saturno (1980) y El sida y sus metáforas (1989).

Es autora también de obras narrativas (El benefactor, 1963; Yo, etcétera, 1978; The way we live now, 1991; El amante del volcán, 1995; En América, 2000; Tierra prometida, 1974; y Giro turístico sin guía, 1984). Fue directora de las obras teatrales Jacques y su señor (Jacques y su amo, según la traducción en otros países hispanohablantes) (Milan Kundera, 1985) y Esperando a Godot. En 2003 también escribió Ante el dolor de los demás.

(Nueva York, 1933) Escritora y directora de cine considerada una de las intelectuales más influyentes en la cultura estadounidense de las últimas décadas. Su padre, Jack Rosenblatt, que había trabajado como comerciante de pieles en China, murió de tuberculosis pulmonar cuando Susan tenía apenas cinco años. La niña recibió el apellido del hombre con quien su madre se casaría siete años después: el capitán Nathan Sontag.

En esos días, la familia se instaló lejos de Nueva York, en lugares que parecen simbolizar la antítesis de esa ciudad: Tucson, Arizona, y Los Ángeles, California, fueron las primeras residencias de la niña. Sontag fue una estudiante precoz; a los quince años, ya había terminado sus primeros estudios e ingresado en la Universidad de California en Berkeley.

Su estancia no duró mucho, pues un año después, en 1949, pidió el traslado a la Universidad de Chicago, donde se licenció en letras en 1951. Para entonces, ya se había casado con Philip Rieff, profesor de sociología. La pareja se mudó a Boston poco después del matrimonio, para que Sontag continuara sus estudios en la Universidad de Harvard. Allí nació su hijo David (1952), también escritor.

Entre 1955 y 1957 Sontag cursó el doctorado en filosofía y, además, trabajó junto con su marido en el estudio Freud. La mente de un moralista, que de alguna manera puede considerarse su primera publicación; al mismo tiempo, sin embargo, su matrimonio comenzó a fallar. Sontag y Rieff se divorciaron a fines de los años cincuenta, y en 1957 ella viajó a París para continuar sus estudios en la Sorbona. Tenía veinticuatro años y había vivido en cinco ciudades.

Cuando regresó a Nueva York, Sontag comenzó una carrera académica que parecía acorde con su preparación, pero no tanto con sus intereses: tras iniciarse como conferenciante de filosofía en el City College y en el Sarah Lawrence College, pasó a la Universidad de Columbia, donde fue profesora en el Departamento de Religión durante cuatro años.

Fue una época definitiva: Sontag había comenzado a escribir con intenciones serias, y en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. El libro le abrió las puertas de varias publicaciones neoyorquinas: durante los años sesenta, escribió con frecuencia para Harper’s y The New York Review of Books, entre otras, pero sobre todo fue una especie de colaboradora de planta de The Partisan Review.

El momento histórico no podía ser más propicio: la intelligentsia estadounidense ya había comprendido la importancia cultural de los años sesenta; los lectores buscaban afanosamente firmas capaces de interpretar lo que estaba ocurriendo. Sontag fue una de las voces más autorizadas, pues exploraba la distancia que hay entre la realidad humana, cultural, artística y nuestra interpretación de esa realidad. En 1968 apareció el libro que reunió esos ensayos, Contra la interpretación, que se convirtió inmediatamente en bandera (o, al menos, en una de las banderas) de su generación.

Ensayista de una generación

El eje del libro es una oposición radical a la búsqueda de significados en la obra de arte, y la defensa de la intuición como medio para acercarse a la experiencia del fenómeno artístico. Con él, Sontag adquirió una reputación de intelectual independiente y al mismo tiempo se reveló como una mujer capaz de reinterpretar la vida americana a la luz de las culturas clásicas europeas.

La mezcla no era, ni es aún, usual; y desde ella, desde su nuevo estatus como comentarista eximia de la cultura estadounidense contemporánea, Sontag renovó el ensayo sofisticado y cosmopolita y lo transformó en un instrumento capaz de indagar en las drogas y en la pornografía, en la política y en la literatura occidental. Estos temas forman parte de su segundo libro de ensayos, Estilos radicales, publicado en 1969.

En ese momento, muchos la veían como la intelectual reina de Estados Unidos. No era para menos: como artista y como pensadora, Sontag seguía extendiendo su campo de influencia. En uno de sus ensayos había escrito con admiración acerca de Ingmar Bergman, y el cambio de década la vio estrenándose como guionista y directora de cine. Sus películas Duelo de caníbales (1969) y Hermano Carl (1971) fueron realizadas en Suecia, país del que llegaría a ser algo así como una ciudadana adoptiva.

Después visitó Israel, donde rodó Tierras prometidas (1973), un documental sobre las tropas israelíes en losAltos del Golán. Ninguna de estas tres producciones recibió la atención prevista, aunque su realización dio lugar a uno de los ensayos-clave de la época: Sobre la fotografía (1977). El libro, una nueva reinterpretación sontaguiana del mundo, no venía ilustrado con fotografías; en él, la escritora reivindicaba la potencia y la autoridad de la palabra escrita.

Activismo y compromiso

Por esas fechas, la autora tenía otras preocupaciones perentorias, pues llevaba varios meses enfrentándose a un cáncer. Al tiempo que soportaba el arduo tratamiento contra la enfermedad, Sontag, como todo escritor genuino, ponía la experiencia por escrito. El resultado fue La enfermedad y sus metáforas. Diez años más tarde, el ensayo fue ampliado con El sida y sus metáforas. Ambos textos examinan la forma en que los mitos de ciertas enfermedades crean actitudes sociales que pueden resultar más dañinas para el paciente que las enfermedades mismas.

A fines de los años setenta Sontag fue nombrada miembro de la Academia Americana de las Letras. Su papel como activista de los derechos humanos empezaba a ganar en intensidad; a partir de entonces, su presencia pública se hizo más frecuente, y más frecuente fue también su implicación en organizaciones, tanto literarias como políticas.

Entre 1987 y 1989 presidió el Pen American Center. La labor que llevó a cabo desde allí, a favor, sobre todo, de escritores encarcelados, anticipó su papel de figura pública, que se hizo palpable durante la década siguiente, y quedó condensado, sobre todo, en su viaje a Sarajevo, una de las demostraciones más célebres y mediatizadas de compromiso de un escritor con el mundo.

Marcos Aguinis “Elogia de la culpa”. Nació en Córdoba y es uno de los escritores más leídos y escuchados en la Argentina. Su alta formación académica lo ha llevado a dictar numerosas conferencias y cursos en instituciones europeas, norteamericanas y latinoamericanas. Ejerció el cargo de secretario de Cultura de la Nación al restablecerse la democracia. Ha escrito más de una veintena de libros, entre los que se destacan las novelas La cruz invertida, La matriz del infierno, La gesta del marrano, Los iluminados y los ensayos Carta esperanzada aun general y Un país de novela. Recibió entre otros, los premios Planeta (España), Nacional de literatura, Reforma universitaria, y Nacional de Sociología, y fue designado Caballero de Letras y de las Artes por el gobierno de Francia.

Erich Fromm (n. 23 de marzo, 1900 en Fráncfort del Meno, Hesse, Alemania - † 18 de marzo, 1980 en Muralto, Cantón del Tesino, Suiza) fue un destacado psicólogo social, psicoanalista, filósofo y humanista alemán.

Miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Frankfurt, participó activamente en la primera fase de las investigaciones interdisciplinarias de la Escuela de Frankfurt, hasta que a fines de los años 40 rompió con ellos debido a su heterodoxa interpretación de la teoría freudiana (intentó sintetizar en una sola disciplina el Psicoanálisis y los postulados del Marxismo). Fue uno de los principales renovadores de la teoría y práctica psicoanalítica a mediados del siglo XX.

Fromm, natural de Frankfurt, comenzó estudios de derecho, pero se desplazó a la Universidad de Heidelberg en 1919 para estudiar sociología bajo la dirección de Alfred Weber; durante sus estudios conoció a la psicoanalista Frieda Fromm-Reichmann, judía ortodoxa como él, con quien se casó en 1926. Tras su matrimonio comenzó el estudio de la doctrina freudiana, y en 1929 comenzó su carrera como psicoanalista en Berlín, abandonando el judaísmo casi por entero y estudiando las teorías de Marx. En 1931 se divorció de Reichmann, con quien mantuvo una estrecha amistad de por vida.

En 1930 fue invitado por Max Horkheimer a dirigir el Departamento de Psicología del recientemente creado Institut für Sozialforschung. El 25 de mayo de 1934, tras la toma del poder por el partido Nazi, emigró junto con otros miembros del instituto a los Estados Unidos. Las divergencias intelectuales con otros miembros del Institut, especialmente Herbert Marcuse y Theodor Adorno, llevaron a su desvinculación del mismo en 1939.

Durante los años '40 Fromm desarrolló una importante labor editorial, publicando varios libros luego considerados clásicos sobre las tendencias autoritarias de la sociedad contemporánea y desviándose marcadamente de la teoría original freudiana. En 1943 fue uno de los miembros fundadores de la filial neoyorquina de la Washington School of Psychiatry, tras lo cual colaboró con el William Alanson White Institute of Psychiatry, Psychoanalysis, and Psychology. En 1944 se casó en segundas nupcias con una inmigrante judeoalemana, Henny Gurland; hacia 1950 se mudaron a México, donde Gurland fallecería dos años más tarde. Fromm enseñó en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde fundó la Sección Psicoanalítica de la escuela de medicina.

En 1953 volvió a contraer matrimonio. Desde mediados de la década estuvo fuertemente involucrado con los movimientos pacifistas norteamericanos, y fue un destacado oponente de la guerra de Vietnam. Se alejó de todo apoyo al socialismo de Estado, sobre todo del modelo totalitario soviético, y criticó la sociedad de consumo capitalista, esto y sus perspectivas sobre la libertad personal y el desarrollo de una cultura libre lo acercó notablemente a la línea anarquista, cuestión que se hace evidente al comparar las temáticas de sus libros con las de los autores clásicos del anarquismo. De sí mismo se decía partidario de un socialismo humanista y democrático.

Entre 1957 y 1961 Fromm compaginó su actividad en la UNAM con una cátedra en la Michigan State University. En 1965 se retiró; tras unos años de viaje, en 1974 se instaló en Muralto, en Suiza. Murió en su hogar cinco días antes de su octogésimo cumpleaños.

Dos libros son particularmente importantes para conocer el pensamiento del sabio alemán, el primero es El miedo a la libertad y el segundo es El corazón del hombre, en ellos se manifiesta inconforme con su pertenencia a una “escuela” nueva de psicoanálisis, para concluir diciendo que él propone una estructura filosófica de referencia diferente, la del Humanismo dialéctico. A pesar de esto, se considera que los libros "El Miedo a la libertad", "Etica y Psicoanalisis" y "Psicoanalisis de la sociedad contemporánea" presentan también una continuidad en lo que atañe al pensamiento psicológico de Erich Fromm, además de que en la obra "Psicoanálisis de la sociedad contemporanea" funda lo que él llama el psicoanalisis humanista, mientras que en "Etica y Psicoanálisis" sustituye el sistema Freudiano de desarrollo de la libido por uno que se basa en los procesos de asimilación y socialización del individuo. ÉL mismo menciona al principio de "Etica y Psicoanálisis" que es menester leer ese libro junto con "Miedo a la libertad" para comprender completamente su caracterología.